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El populismo es el fracaso de las élites

Juan Carlos Botero

18 de marzo de 2022 - 12:30 a. m.

Una fuerza política está triunfando en el mundo: el populismo

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Ya sea de derecha o de izquierda, el populismo ha crecido en EE. UU., Reino Unido, Rusia, Italia, Hungría y Polonia. También en Filipinas, México, Argentina, Chile, Venezuela, Perú, El Salvador y Colombia. ¿Cómo se explica su avance global? La respuesta es una sola: el fracaso de las élites.

Las élites son todos los sectores con poder decisorio a nivel nacional: políticos, banqueros, medios, empresarios, industriales, intelectuales y gobiernos. Llevan generaciones manejando cada país a su antojo, pero siempre se declaran perplejas cuando su fracaso lleva al triunfo populista.

En Venezuela y México, por ejemplo, las élites saquearon sin pausa. La corrupción, en casi todos los gobiernos, era del jefe de Estado para abajo. ¿Cuántos presidentes y gobernadores no salieron del poder millonarios en esos países? Por no hablar de la corrupción en las finanzas y las empresas, incluyendo el sector petrolero. Pero cuando el pueblo, desesperado, rechaza el establecimiento y apoya a un Chávez o un López Obrador, eso a las élites les parece inexplicable.

Lo mismo pasó en otros países vecinos y ahora pasa en Colombia. Aquí las élites han manejado la política, las finanzas, la agricultura, la industria, las empresas, la seguridad y la educación durante generaciones, ¿y este es el resultado? ¿Una distribución del ingreso deplorable y una tasa de desigualdad de las más altas del continente? ¿Un país donde la mitad del pueblo es pobre y otra tercera parte bordea el cráter de la pobreza? ¿Uno de los países con mayor número de líderes sociales asesinados en el mundo? Si los dirigentes roban y prometen mucho pero no ofrecen soluciones reales, la gente termina votando por el outsider. La figura ajena al sistema. Es sólo una cuestión de tiempo.

Con varias desventajas. Un líder debe recoger todas las fuerzas del país y orientarlas hacia una meta nacional, que es el bien común. El populista, en cambio, debe hacer una sola cosa: ser popular. Puede ofrecer el cielo, y si sus promesas no se cumplen, cualquier excusa servirá. Y puede ser simplista. El populista puede reducir el tema más complejo a una frase de cajón, tipo “Los inmigrantes son malos” o “La culpa es de los ricos”, y eso sólo aumentará su popularidad.

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El populismo nunca surge por accidente. Nace del fracaso de las élites. Sin embargo, después de tantos años y de tantos intentos fallidos de manejar el país, las élites no entienden cuando la gente salta al vacío. Es un suicidio, exclaman. Tienen razón, como se ve en Venezuela, El Salvador y Perú, donde el populismo acaba con todo. Pero no comprendo su incomprensión. ¿Acaso qué esperaban? ¿Cuántos años más de promesas incumplidas antes de que el pueblo estallara? Es como la persona atrapada en un edificio en llamas que salta al vacío cuando el fuego arrecia. Criticar el salto, desde afuera, es infame.

Las élites son buenas para la histeria, para anunciar a gritos la llegada del apocalipsis. Pero son malas para la autocrítica. Porque es justamente su fracaso lo que lleva al populismo. ¿Qué le pasó a mi país?, se lamentan después. La respuesta: que ustedes actuaron como el fuego, quemando el edificio y empujando al pueblo hasta la ventana.

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De modo que tengan la decencia, al menos, de no criticar el salto.

@JuanCarBotero

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