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La alianza de EE. UU. y Europa en la II Guerra contra los países del Eje y el Plan Marshall se desdibujan en la historia ahora que la Unión Europea (UE) tuvo que arrodillarse en el acuerdo comercial que impuso el presidente Donald Trump el pasado mes de agosto.
Perdieron la solidaridad europea, los fabricantes de automóviles en Alemania y los productos farmacéuticos de la UE. Ciertamente, una derrota a la que se agrega la obligación de este bloque comercial de invertir en EE. UU. $600.000 millones de dólares y a comprarles 750.000 millones en energía (gas natural, petróleo combustible nuclear).
La regulación europea también está en la mira de Trump, tal como lo anunció en su red social Truth después de celebrado el acuerdo. En su mensaje, el mandatario amenazó con mayores aranceles y restricciones a los países que afectan con su legislación a las grandes empresas estadounidenses de tecnología (Big Tech).
Esto es un desafío para la regulación de la UE que se ha extendido más allá del ámbito comunitario, un fenómeno que se conoce como “efecto Bruselas” y sitúa a la UE en potencia reguladora a nivel mundial en temas como competencia, protección del medio ambiente, seguridad alimentaria, protección de la vida privada y contenidos de las redes sociales.
Las Big Tech resultan impactadas especialmente por tres normativas: la Regulación General de Protección de Datos (GDPR) de 2018 y las leyes de Mercados Digitales (DMA) y de Servicios Digitales (DSA) ambas expedidas en 2022. Además, muchas de estas Big Tech han sido objeto de astronómicas sanciones por parte de las autoridades europeas, algo que también irrita a Trump.
Aparte de las amenazas del presidente, el “efecto Bruselas” enfrenta otro desafío: la inteligencia artificial (IA). La UE ya tomó la delantera al publicar en 2024 un reglamento al respecto, el cual se aplicará plenamente en 2027. Sin embargo, en este tema es bien improbable que la industria quiera y pueda acoplarse a la normatividad europea. Nadie puede prever los alcances que tendrá la IA, pero, ante su vertiginoso desarrollo, la burocracia comunitaria puede quedarse muchos pasos atrás, lo que ahondaría el rezago tecnológico de Europa.
