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La Primera Guerra Mundial empezó de manera estridente con el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo. La guerra mundial en internet comenzó discretamente con pequeñas escaramuzas, pero existe el riesgo de que algún día un ataque informático impacte a la Web de manera devastadora, como un Hiroshima de alcance global. En años recientes las redes de Grecia, Estonia y Georgia han resultado seriamente averiadas y en febrero pasado Google y otras empresas de tecnología fueron víctimas de un sabotaje que al parecer se originó en un centro chino de formación tecnológica. Existen varias evidencias de que algunos países en el mundo lanzan frecuentes ataques informáticos clandestinos. Se teme que uno de ellos sea Stuxnet, un gusano informático que desde junio pasado invadió a miles de computadores alrededor del mundo, incluidos los sistemas de una planta nuclear iraní.
El presidente Obama desde el comienzo de su mandato creó el cargo del zar de la ciberseguridad, con la finalidad de coordinar la protección a las redes informáticas. El tema, además de ser un asunto de seguridad nacional, involucra a la sociedad entera. En ese país los niños y jóvenes, tan vulnerables a los ataques a través de la Web, están recibiendo capacitación en sus escuelas para protegerse del cyberbulling y de los delitos sexuales.
Naturalmente la ciberseguridad como política de Estado implica el riesgo de que se vulneren la privacidad y las libertades civiles. Es indispensable encontrar el equilibrio entre la seguridad en las redes, la libertad de los internautas y la transparencia estatal. El FBI y otras agencias de seguridad están clamando por una reforma legal que les permita actuar con mayor rapidez y oportunidad con el fin de interceptar las redes sociales y decodificar contenidos y protocolos propietarios como los que utilizan Skype y BlackBerry.
En Colombia seguramente ya existirán varios mecanismos en aras de nuestra ciberseguridad, muchos de los cuales no se conocen por estar sujetos a reserva estatal. Sería conveniente designar un funcionario del más alto nivel —¿un zar?— que tuviera la tarea de coordinar los esfuerzos estatales en la materia y prevenir las “chuzadas” informáticas, que cada vez serán más posibles gracias al desarrollo tecnológico.
