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Se busca empleo… desde lejos

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Juan Carlos Gómez
03 de noviembre de 2010 - 02:59 a. m.
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La idea de que las actividades laborales puedan ser ejercidas permanentemente de manera remota, no es nueva.

Desde hace por lo menos 20 años en muchos países, gracias al avance de la informática y a la expansión de las redes de telecomunicaciones, trabajadores de   empresas y entidades públicas habitualmente cumplen sus obligaciones en su sitio de vivienda o desde cualquier parte de la ciudad.  De esa manera se logran infinitos beneficios en la calidad de vida y el trasporte y se alivia el daño al medio ambiente.

El teletrabajo implica la creación de una nueva cultura y supera el modelo tradicional de las relaciones laborales y el rígido y estrecho marco jurídico que las regula. Los estereotipos de patrón-capataz y empleado-“calavera” se rompen completamente para dar paso a resultados creativos e inteligentes. Ciertamente el teletrabajo no aplica para trabajadores o contratistas marrulleros o indolentes ni para empleadores que lo quieran utilizar indebidamente para evadir el cumplimiento de las obligaciones laborales.

Dentro de las asignaturas pendientes que dejó el anterior gobierno se encuentra la implementación del teletrabajo en nuestro país, tal como se lo ordenó la ley 1221 de 2008. La principal crítica que desde el principio se le hizo a la ley del teletrabajo era la de ser dirigista e ingenua a la vez. El paso del tiempo ha demostrado que los temores no eran infundados.

El gobierno, a través del Ministerio de la Protección Social, tenía la tarea de formular, previo estudio del Conpes, una política en la materia y ese ministerio tenía 6 meses de plazo para formular una política pública para incorporar al teletrabajo a “población vulnerable”, como discapacitados, desplazados y mujeres cabeza de hogar. Nada de ello sucedido. Tampoco han hecho mucho otras entidades a las que dicha ley les asignaba tareas específicas, como los ministerios de las TIC y de Comercio.

Además de la inactividad del Estado, también debe lamentarse que la iniciativa privada  no aproveche las ventajas del teletrabajo en materia de reducción de costos.

En ciudades como Bogotá, donde la pesadilla de la inmovilidad nunca va a solucionarse, el teletrabajo tendría un inmediato impacto en la calidad de vida y el bienestar.

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