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A través del universo , del tiempo y de la vida, presenciamos como corren los años, los sentimientos y los aprendizajes existenciales que siempre dejan huella.
Cuando tenía 10 años y escuchaba fervorosamente por radio la vuelta a Colombia y a Rafael Antonio Niño, el niño de Cucaita, siendo el capo de capos del ciclismo nacional, recuerdo que mis padres me acababan de regalar una bicicleta Monark, plateada , lo más cercano a una caballito de acero de ruta en su momento.
Emocionado e ilusionado llamé a un amigo quien también estrenaba artefacto y nos fuimos a montar a un parque con glorieta por Bogotá. Rodamos por varias horas emulando a los escarabajos y fuimos muy felices.
Ya un poco cansados nos detuvimos para sentarnos en un andén. Conversamos de la vida, compartimos sueños de infancia, cuando de repente se acercaron dos personas jóvenes, quienes nos saludaron amablemente y empezaron a contar que recién llegaban del campo a vivir a la ciudad y de las dificultades que esto traía.
Terminamos escuchándolos narrar el drama de sus vidas hasta lograr conmover nuestros corazones de infantes. Después de conversar casi por 30 minutos, nos dijeron que estaban muy tristes y aburridos y que querían algo de felicidad entre tantas dificultades. Nos pidieron si podían dar una vuelta en nuestras bicicletas por la glorieta y que luego regresarían.
Nuestros espíritus cándidos y altruistas accedieron . Se subieron y nos dieron las gracias .-Damos una vueltita y ya regresamos-Y así los vimos partir y perderse en el horizonte y nosotros con ingenuidad esperando su regreso.
Pasaron segundos, minutos y horas y seguíamos sentados en el mismo lugar, aguardando su arribo. Jamás ocurrió . Al final del día nos vimos a los ojos con resignación y entendimos que nos habían engañado. Las ciclas robadas, el espíritu cándido vapuleado y la ilusión humana perdida. Fuimos víctimas de un delito del corazón y del verbo malintencionado.
El sentimiento fue horrible y decepcionante . Era como si hubiéramos perdido la virginidad, la de la confianza, la solidaridad y la generosidad,al mismo tiempo.
Muchos años después, salí a montar bicicleta nuevamente en la capital. Esta vez ya estaba blindado de los oídos para evadir dramas y evitar sentimientos victimarios.
Andaba por una cicloruta , cuando de repente se me cruzó agresivamente un hombre, haciéndome frenar. De manera muy rápida vi que me sacó un cuchillo largo apuntándome al cuerpo y amenazándome de muerte, mientras por detrás llegaba su cómplice para presionarme.
Rodeado y asustado, les entregué la cicla sin ninguna reacción ni resistencia, la cual el macabro personaje tomó y huyó rápidamente. Respiré profundo y de manera paulatina fui recuperando el ritmo cardiaco y el color habitual de mi piel empalidecida.
Fue una experiencia petrificante y dolorosa. Recordé aquel episodio de niño , pero entendí que esta vez era diferente. Si de infante había sentido el robo como una pérdida de la virginidad espiritual, ahora de adulto primaba en mí una sensación como de una violación abrupta y amedrentadora de la supervivencia humana.
Había superado una pálida existencial donde pasé de perder la virginidad a ser violado en tan sólo unos años.Una radiografía del endurecimiento progresivo del alma, mientras se sigue pedaleando por las distintas etapas de la vida.
