Bill Bernbach, uno de los personajes más influyentes en el mundo de las comunicaciones modernas, creador de la marca Juan Valdez, siempre dijo que uno de los principales valores de la publicidad era la honestidad. Una publicidad honesta hace que la marca se vea honesta y por ende, que la credibilidad y la cercanía con las personas sean mayores.
La honestidad siempre es un gestor de vínculos más fuertes y genera relaciones de confianza duraderas entre las marcas y los seres humanos. Si yo le creo a la publicidad que veo o escucho, entonces, seguramente, le creeré a la marca.
Hace poco estaba de viaje por Estambul, la capital de los tres imperios: el Romano, el Bizantino y el Otomano, donde la historia emerge desde cualquier alcantarilla y desde toda esquina. Me encontraba como buen turista visitando el gran Bazar, un inmenso mercado turco construido en unas increíbles bóvedas del siglo XV donde se vende de todo y los turistas son acechados brutalmente por miles de vendedores. Una verdadera experiencia de acoso. Acá todo es altamente negociable, el primer precio que te ofrecen termina siendo rebajado en 50% y luego recibes otro 25% de descuento adicional en el local de al lado.
Resulta tan competitivo el tema que se pierde toda la credibilidad en el lugar, en los vendedores y en la calidad de los artículos. Después de estar una hora se siente la carencia de confianza y se incrementa el sentimiento de considerarse estafado.
Iba caminando por un largo corredor esquivando vendedores y sus ofertas, cuando de repente uno se me paró al frente, me miró a los ojos y me dijo, cómpreme a mí, a lo cual yo le pregunté: ¿Por qué? Y el de manera sorprendente e inesperada me respondió: Es que acá robamos, pero menos. Su estrategia me impactó. Fue muy honesto. Me gustó su actitud y su discurso y ahí terminé comprando.
En un mundo tan complejo, definitivamente, la honestidad marca un diferencial y plantea un atractivo ante la poca transparencia generalizada. He venido reflexionando sobre el tema. Hace años pensaba en la honestidad como un valor fundamental, básico e intrínseco de muchos. Hoy se convierte en un atractivo a buscar, tal vez en un diferencial de pocas y menos personas. Una nueva reproducción y multiplicación de esta virtud esencial es necesaria de manera urgente en esta sociedad.