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Simón Bolívar nació en Caracas, en un potrero lleno de vacas.
Esta rima la escuché miles de veces durante mi infancia. Bolívar fue una figura mítica de mi vida. El libertador, el líder de la independencia de Colombia.
Recorrí la Quinta de San Pedro Alejandrino en Santa Marta, donde murió; la Quinta de Bolívar en Bogotá, donde vivió una parte de su existencia; la ventana de la noche septembrina en la Candelaria, donde escapó de un atentado de asesinato; el Pantano de Vargas y el Puente de la Batalla de Boyacá, donde finalmente venció al comandante español, coronel José María Barreiro, para marchar de manera triunfal hacia Bogotá.
Lugares maravillosos cargados de energía histórica y narrativa épica. Pero con el tiempo pareciera que se ha desarrollado un abuso y una sobrecarga en el manejo de su imagen. Dejó de ser una figura casi sagrada para convertirse en una marca manipulada e ideologizada por el uso político exagerado.
Bolívar ha sido maltratado post mortem. Un manoseo propagandístico desmedido ha hecho que se desvanezca parte de su magia. Hace dos semanas estaba en Egipto, en la ciudad de El Cairo, y fui a visitar la plaza de Tahrir, lugar icónico que presenció y albergó a la famosa primavera árabe que terminaría con el derrocamiento del gobierno del longevo presidente Hosni Mubarak en 2011.

En esta plaza se encuentra un gran monumento en homenaje al faraón Ramsés II y al lado se ubica una pequeña glorieta con una estatua de Simón Bolívar, esculpida por el artista Carmelo Tabacco e inaugurada en 1976 por el mandatario Anwar El-Sadat. Me acerqué a verla con profunda curiosidad y gran emoción de infancia y sorpresivamente me encontré que el memorial no era para Simón Bolívar, sino para Simón Polívar. Un gravísimo error de ortografía brillaba y sobresalía. Una B por una P.
He visto estatuas de Simón Bolívar en muchos lugares del mundo, pero nunca había visto una estatua de Simón Polívar en Egipto. Recordé a Les Luthiers y a su brillante creación humorística de la cantata del adelantado Don Rodrigo Díaz de Carreras, quien habría llegado al continente americano antes que Colón y por eso se producirían grandes consecuencias históricas, como que Colombia no sería Colombia, sino Rodrigombia. Una malformación gramatical que interpretada de forma literal y jocosa nos podría conducir a modificaciones sustanciales como que Venezuela se llamaría República Polivariana de Venezuela, o que Bolivia sería Polivia, o que como moneda oficial de estos países emergiera el Polívar. Qué bueno sería más bien corregir el título de esta estatua en El Cairo, para llamar las cosas por su nombre y darles el verdadero valor de su significado.
