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Álvaro Leyva tiene 82 años, pero actúa como si tuviera 13 años

Juan Carlos Rincón Escalante

14 de abril de 2025 - 12:04 a. m.
Foto: Óscar Pérez

Que los políticos sean seres con estructuras de personalidad dadas a necesitar atención y validación todo el tiempo, a decisiones impulsivas, a lo que comúnmente se conoce como narcisismo, no excusa que se comporten como adolescentes cuando se trata de información que nos interesa a todos los colombianos. Eso es lo que está haciendo Álvaro Leyva, canciller recordado por sus gritos y por ser el único que protegía, según él, al presidente Gustavo Petro.

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Desde que salió del Gobierno, Leyva ha utilizado su cuenta de X como un diario de resentimientos. El problema es que parece indicar que tiene información sobre personas que están viviendo de lo lindo con los impuestos que pagamos todos.

Su último mensaje en X es ofensivo por lo ridículo. Vale la pena revisar con lupa varias de las cosas que escribió, a riesgo de darle la atención que tanto desea, porque es increíble el descaro.

Primero, nos ilustra sobre la filosofía del silencio prudente (eufemismo para oportunista):

“¿Ocultar? ¿No ocultar? Ya lo he dicho: Aprendí del filósofo español ampliamente reconocido Antonio Millán-Puelles, amigo personal de cercano trato, que en algunos momentos se debe recurrir a una ‘prudente ocultación de la verdad’ para no ofender; para evitar daños. Pero que mutatio materiae, en el caso que nos ocupa, al verse afectado el bien común, es pertinente dejar de lado esa ‘prudente ocultación de la verdad’”.

Es difícil tomarse en serio a una persona que lleva meses enviando indirectas desde su cuenta de X. Lo es más cuando, en el párrafo siguiente, sigue guardando silencio. Leyva dice que sabe muchas cosas, insinúa que lo que sabe es problemático para el país, pero no lo publica. Dice que es para “evitar daños”, pero no es necesario leer a Millán-Puelles para entender algo: ocultar la verdad es otra manera de mentir. ¿Es necesario recordar que estamos hablando de asuntos del Estado?

Segundo, la manera en que se refiere al ministro del Interior, Armando Benedetti, parece sacada de pelea de adolescentes hormonales en pleno recreo.

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“A propósito, ¿qué podría contarnos sobre lo ocurrido después del Consejo de Ministros del martes 4 de febrero, noche tarde con dóberman incluido?”.

Leyva no explica de qué habla. ¿Cuál dóberman? Ni idea. Lanza la piedra y esconde la mano. “Pasó algo”, dice Leyva, “pero mejor no les cuento qué fue”. Esa ambivalencia, además de hipocresía, muestra una profunda inmadurez.

Para completar de comprobar que estamos liderados políticamente por un grupo de personas que parecen no tener la corteza prefrontal plenamente desarrollada, la respuesta de Benedetti fue igual de canalla. “A Leyva le tengo respeto y le tengo respeto a todos los adultos mayores. No voy a contestar nada”, dijo. La altura y elegancia de estos servidores públicos es conmovedora.

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Tercero, y esto es lo más importante, Leyva manda en una indirecta algo que debería ser gravísimo:

“Ahora, ¿se puede siquiera pensar que el cuerpo diplomático acreditado en Colombia está integrado por un poco de tontas y tontos como para no conocer ya quién es quién y qué ocurre? Y las cancillerías de todas las naciones qué. ¿Y que los embajadores que integran el Consejo de Seguridad son unos desinformados?”.

En realidad, por esta parte del mensaje estoy escribiendo esta columna. Una cosa es la inmadurez y las indirectas, otra es insinuar que hay algo que el país no sabe. Cuéntenos, excanciller: ¿quién es quién y qué ocurre? ¿Qué pruebas tiene? ¿Cuál es el peligro? Porque parece que los colombianos somos los “tontos” y “desinformados”.

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Igual, no espero respuestas. El mensaje lo termina Leyva diciendo que no sigamos pensando “que estos mensajes son enigmáticos o crípticos”. Tiene razón, no lo son. En realidad son transparentes y evidentes: estamos condenados a la política convertida en un capítulo de Gossip Girl.

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