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Juan David Correa Ulloa
08 de agosto de 2013 - 11:00 p. m.
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Las técnicas que usa cada periodista para contar la vida de un ser humano son tan diversas como las personalidades de sus retratados.

 Hay quien prefiere acopiar información de todas las índoles —desde las fuentes primarias a lo bibliográfico— antes de abordar el objeto de su crónica. Otros desisten de ver al personaje e insisten en que son más importante las versiones que se tejen alrededor que la voz sobre sí mismo. El caso de Leila Guerriero es el primero: ella decide —cuando eso es posible— abordar a sus personajes primero, verlos durante una temporada, estar de una manera cotidiana conversando, para después lanzarse al abismo de las versiones y la literatura. Su ventaja es que, desde hace una década, ha optado por abordar a escritores y artistas cuyas obras son posibles de leer o ver. Su desventaja es que casi siempre, en el periodismo cultural, el periodista se siente una especie de exégeta que pocas veces da en el blanco.

En Plano americano, su más reciente libro, que reúne veintiún perfiles de artistas y escritores hispanoamericanos, ocurre algo que no es usual ya en la prensa diaria: hay un trabajo en profundidad que nos muestra, de primera mano, a veces incluso coloquialmente, la vida privada y pública de quienes ha decidido abordar. A todos, es evidente, los ha leído y estudiado, pues de lo contrario sería imposible lograr tal grado de intimidad.

Los casos más notables del libro, que son casi todos, son los de Nicanor Parra, Idea Vilariño y Rodolfo Enrique Fogwill. En el caso de Parra la conversación gira alrededor de su presente: el gran poeta chileno habla de sus nietos como la principal fuente de inspiración para el lenguaje de sus poemas, deambula por su casa; la crónica se va tejiendo con cambios de plano que van de lo meramente pueril a grandes pasajes sobre la vida y la obra del poeta chileno. Una escena es muy diciente en el perfil: Parra y Guerriero van a almorzar juntos. Parra pide un cebiche de camarón y la camarera le dice que si lo quiere con queso. Él insiste en que sólo de camarón, pero la mesera riposta que sólo hay con queso. Tras una discusión, Parra termina aceptando, con impotencia, que no puede satisfacer su deseo pues quien manda es quien atiende. Frustrado, pide una cerveza al clima, pero se la traen fría. Parra, convulso, se come el cebiche y se toma la cerveza, y cuando sale del restaurante, les grita a todos: “Heil Hitler”. Al salir, pregunta si contestaron. A la respuesta afirmativa, remata: “Todo depende del tono en que se digan las cosas”.

Así, después de Parra, vienen bellísimos retratos de Fogwill, un escritor complejo, denso, algo macabro, de gran oscuridad en su prosa; de Idea Vilariño, recuperada por Guerriero en un acto de reconstrucción factual entrañable, donde rescata a una de las grandes poetas de América. Y de Pedro Henríquez Ureña, el gran ensayista dominicano olvidado por todos; de Hebe Uhart, una escritora poco leída pero que, según mis fuentes, debería alguien editar en Colombia; de Martín Kohan, escritor ganador del premio Herralde de Novela. Y de artistas: como la asombrosa Nicola Constantino, Guillermo Kuitca, y un gran perfil de reconstrucción de Roberto Arlt. Y algunos otros. Lo mejor es tenerlo a mano. Y leerlo. Seguro en unos años lo estudiarán las facultades de letras, tan antipáticas con el periodismo.

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