El tiempo de los enfoques racionales en las candidaturas ha terminado. Siguiendo la tradición, el boicot indiscriminado y los escupitajos, a poco más de un mes de la primera vuelta presidencial, serán la única opción entre los partidos que se sientan medianamente relegados en las encuestas. Saben que la última táctica a favor será la bajeza y la calumnia para desacreditar contendores favorecidos por el voto de opinión; ese fenómeno creciente y temido por las castas políticas tradicionales que se sintieron suficientemente cómodos mientras pudieron sostener su historia en la tranquilidad del soborno. Ahora que el tráfico de influencias se ha visto menguado por la aparición de banderas alternativas y generaciones ajenas al silencio, no les queda más que la rabia para atacar el soporte de ese nuevo Estado que los espanta y los arrincona en el costado de la marginalidad. Por eso deben acudir a las últimas tácticas de la confrontación política, que es una vieja y conocida herencia del monstruo Laureano Gómez; el rostro enmarcado en todos sus cuadros de la adoración.
El desfile de los expresidentes y los políticos costumbristas por la sala privada de Federico Gutiérrez se ha demostrado con toda la pompa de la solemnidad. Allí estuvo, en días pasados, el inepto y orgulloso Andrés Pastrana Arango, respaldando su aspiración desde su alta experiencia en el poder ausente. Al salir, escribió con el aire de un patriarca sabio y consejero sobre las sensaciones del candidato insuflado ante los próximos tiempos: “Lo vi muy optimista, pero muy indignado por los pactos de Petro con el narcotráfico y los carteles de la contratación”. La hipérbole y la extrema seguridad de un supuesto pacto en La Picota tiene todos los tintes efectistas de su incapacidad para entender la complejidad, ahora que el escándalo tiene más tintes de un entrampamiento por los últimos indicios y un confuso choque de fuentes que impiden aseveraciones definitivas. Pero lo hizo, tal vez para seguir resonando en medios, que es su única preocupación después de que su nombre ha sido ubicado progresivamente en la insignificancia.
Las reservas de las fuerzas militares, rugiendo de honor y furia, han publicado su respaldo unánime a Gutiérrez, y el presidente, cada vez más evidente en sus discursos acomodados de participación en política, sigue intentando acomodar adjetivos y omitir artículos para que quede sutilmente enviado el mensaje de su adhesión.
Aunque intenten disimularlo a estas alturas del tiempo, con todos los recursos de la desvergüenza, Federico Gutiérrez es el candidato oficial del uribismo para evitar que un
gobierno alternativo les trunque el dominio total de las instituciones y no les quede más que una escalada de funcionarios presos cuando un Fiscal retome los archivos disecados en los despachos de un bunker que ha trabajado los últimos 20 años para custodiar el nombre y la honra del pacificador que lanzó esta historia de todos los excesos a los últimos suburbios de la oscuridad.