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Bloqueo a la CIDH

Juan David Ochoa

28 de mayo de 2021 - 10:00 p. m.

Parecía todavía inconcebible y lejano entre las últimas opciones desesperadas de un gobierno perdido, pero lo hicieron. Uribe y su séquito en el poder negaron el ingreso a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). La razón, dice la nueva Canciller sin argumentos, se debe a que concederán el tiempo necesario para que los organismos de control hagan sus investigaciones pertinentes. Una burla y un insulto a la inteligencia de todos, incluido al sentido común de la comunidad internacional que empieza a conocer de primera mano el terrible abismo macabro de los excesos del poder en Colombia. Saben muy bien que Francisco Barbosa, amigo leal del presidente desde su niñez, lo cubre hoy desde el bunker infalible de la Fiscalía, y que en la procuraduría y en los demás despachos permanece el servilismo ante la sombra del padre a la derecha de Iván Duque. No hay opciones posibles para que los organismos de control realicen su trabajo ni investiguen muertes que empañen la imagen internacional del señor de la guerra. Así que la única salvación, entre el desespero y el abismo, es negar el ingreso a los organismos internacionales para impedir que se vayan a entregar un parte peligroso contra su manipulación y su control de la realidad que siguen sosteniendo a sangre y fuego sin importar los cuerpos que empiezan a flotar entre las cifras indolentes de la estadística.

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Saben que ese ingreso significa el derrumbe de sus reportes oficiales y una evidencia resonante contra los editoriales de sus medios afines, y saben muy bien que esa posibilidad los condenaría en masa ante las investigaciones de la Corte Penal Internacional. Por eso decidieron optar por los visos de la dictadura, sin que ahora les importe tampoco que estén al mismo nivel de los excesos de Nicolás Maduro, a quien tanto quisieron cercar para destronarlo acusando una calamidad humanitaria en las ciudades principales de Venezuela. El cerco ha caído sobre ellos ahora, y al borde del delirio y del miedo, intentan culpar a la oposición del abismo que ellos mismos abrieron saqueándolo todo desde los núcleos del poder, destruyendo los últimos recursos que quedaban con sus rutas del sol y sus puentes corruptos y sus pactos de repartición y sus absoluciones, sus excusas de fondos insuficientes para la inversión social mientras invierten en aviones de guerras que no existen y en mermeladas bautizadas con nombres alternos a su conveniencia para no morir en el Congreso que los seguirá custodiando mientras el dinero alcance para ellos.

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Pero el humo del desastre crece y el ruido se hace más audible en las antípodas del mundo, y no les alcanza ahora el beneficio de las transacciones para callarlos a todos. Y mientras el cielo se desploma, también los abandonan sus alfiles estratégicos por la crudeza insostenible del absurdo: Miguel Ceballos, quien había recibido la orden desde un principio para destruir los acuerdos de La Habana, ha renunciado a su cargo como Alto Comisionado para la Paz entre las llamas del paro nacional por simple y llana incompetencia, no sin antes soltar una pequeña mueca de venganza contra el mismo nombre que lo puso allí para destruirlo todo. La espiral del odio entre los mismos subsuelos del poder ha iniciado su agonía hasta los últimos fosos de la podredumbre.

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