La política del mundo, desde todos los ángulos estructurales, no parece tan segura después de un progresivo aumento de tensiones, cobro de territorios antiguos, desajustes económicos, coletazos sanitarios, una guerra prolongada y explosiva en las arterias de Europa, y la zozobra ante el futuro próximo de una recesión económica global que, según las apuestas y los cálculos, será de gran calado hasta las últimas sombras de los hemisferios. Los estandartes de un siglo que parecía relativamente seguro después de despejar los alcances políticos de la crueldad no son ahora tan estables para que pueda respirarse una predisposición a la continuidad natural sin el temor a un hundimiento definitivo. La guerra en Ucrania y las posibilidades latentes y reales de una escalada nuclear están configurando al mundo hacia otras alarmas que no parecen tener una salida diplomática próxima, y las economías de las potencias parecen más concentradas en asegurar sus arsenales de defensa que en prepararse para los mismos golpes financieros que el FMI ha anunciado ya con hipérboles de pánico que no habían sido usadas desde la catástrofe de 2008.
Antonio Gramsci lo decía mejor con una imagen que ha podido evidenciarse en décadas similares de incertidumbre: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer, y en el claro oscuro aparecen los monstruos”. Y los monstruos parecen ser ahora los demagogos peligrosos que están rugiendo en países icónicos del mundo con fórmulas reduccionistas de marginación. Giorgia Meloni ha tomado el poder en Italia ante una desazón colectiva de un país que parece haber perdido las esperanzas después de una sucesión de políticos exóticos que los llevaron sistemáticamente al delirio y al escándalo como un fenómeno natural de los tiempos. Meloni ha usado ese vacío electoral a su favor y ha capitalizado las consignas de la xenofobia, el racismo y la segregación como una promesa que han aplaudido los resentidos que no han sabido cómo interpretar la realidad más allá del odio y el rechazo a la diferencia. Trump había dejado la estela de lo posible desde los alcances de sus propósitos, y la estela siguió entre otros nombres exóticos del peligro: Viktor Orbán en Hungría, Jair Bolsonaro en Brasil, Mateusz Morawiecki en Polonia, y los líderes de los partidos de ultraderecha crecientes como Santiago Abascal, desde Vox, en España y Jordan Bardella en Francia. Todos capitalizando en el silencio creciente de la crisis del mundo; el desbarajuste de un tiempo que desaparece entre nuevas invasiones, gritos de alarma y compras masivas de armamento para sostener la mediana seguridad que el presente deja de ofrecer en el paradigma que se desvanece. Y allí siguen los fantasmas y los monstruos, trabajando, mientras la incertidumbre hace de su escena nuevas banderas y partidos para fomentar lemas renovados sobre un miedo latente que se reproduce mientras las invasiones y las bombas aturden, y mientras las fronteras vuelven a cerrarse en el claroscuro de los tiempos donde todo parece sometido a los tambores reaccionarios de un nuevo ciclo, un nuevo tiempo, y un nuevo mundo.