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Los candidatos presidenciales afianzan sus estrategias mediáticas para lograr una mínima atención por fuera de los focos tradicionales. No pueden disimular la angustia y la desesperación en tiempos transformados por la presión social, que les exige ahora respuestas y programas mas allá de sus discursos vacíos y maquillados por el artificio. Obedecen a las asesorías patéticas de sus consejeros, también desesperados por crearles una imagen consecuente y afín a las grandes exigencias políticas del tiempo. El grueso de los nombres aspirantes carece de preparación real para el poder y deben acudir constantemente al ridículo público para resonar un poco más que sus contendores en plataformas de mayor visibilidad, ya que los canales de televisión son ahora una opción obsoleta para sus sueños. Es una carrera contra el orgullo y el tiempo que siguen cumpliendo a cabalidad para sobrepasar los números del show que les puede asegurar un cupo en segunda vuelta.
Las candidaturas que siguen sobrepasando el ridículo y la vergüenza son lideradas por David Barguil y Rodolfo Hernández. Han llegado a una contienda electoral en tiempos acaparados por partidos que manosearon estrategias que funcionaron muy bien mientras pudieron, pero se han desgastado al ritmo de la evolución de los acontecimientos y los contextos nacionales, sin dejarlos en territorios seguros de improvisación entre discursos y retóricas funcionales. Barguil, absolutamente perdido y vergonzosamente infantil, ha pretendido posicionar un discurso que hasta ahora nadie entiende y todos observan desde el desconcierto. Su campaña no ha sido más que un espectáculo de juegos corporales en redes sociales y una diatriba de adjetivos estrambóticos contra la izquierda para acercar los adeptos sobrevivientes del Partido Conservador: un partido muerto desde el posicionamiento del uribismo en la historia reciente. Su figura solo ha hecho que ese partido azul de tradiciones oxidadas parezca ahora una caricatura sin posibilidad alguna en el juego político, y solo sea una insistencia angustiosa por continuar figurando en la historia aunque no tenga ningún efecto real entre electores, salvo para resguardar los réditos del lobby en la burocracia interna del poder.
Rodolfo Hernández no ha podido dar explicaciones serias sobre los audios que evidencian sus ideologías peligrosas y su impulsividad para atender a sus contradictores, y sigue pretendiendo figurar como una opción política con un discurso frontal contra la corrupción, conociendo perfectamente bien que es el contexto vigente de indignación nacional, aunque sus propuestas estructurales sean solo humo y su estrategia solo sea gritar hasta una ronquera delirante con manoteos de cólera al aire, sin causas precisas. Una versión criolla de Trump que impresiona a electores influenciables por el brillo lejano de los prohombres que han abultado grandes sumas de dinero en sus cuentas bancarias desde un país miserable. Su candidatura de humo no ha evitado que sus porcentajes de favorabilidad hayan crecido en las ultimas semanas y que su nombre sea una opción entre ciertos sectores sociales. Los asesores argentinos detrás de su virilidad han podido explotar sus cualidades exóticas y esa imagen de ingeniero outsider con la que pudieron alzarse con la alcaldía de Bucaramanga. Y aquí está, iracundo, usando los recursos publicitarios de la rabia en un país resentido. Una táctica que podría sorprender aun más en los próximos meses de esta contienda que apenas inicia, con partidos empantanados y un escenario de violencia que aprovecharán a su favor, una vez más, los carroñeros de siempre.
