Entre la pomposidad de un anacrónico desfile militar, con la imponencia de las armas desprestigiadas del Estado y la sombra de los grandes escándalos que la institución aún sigue eludiendo desde el alto generalato, se celebró el 20 de julio con la costumbre y la desidia del significado ausente. El Gobierno saliente se va sin entender las dimensiones de la historia y de la vacuidad de esa insistencia ciega en la demostración de símbolos sin comunicación. Toda esa atmósfera sin gracia, ajena a los hechos recientes de un tiempo trasformado, sucedió al ritmo de los protocolos igual de pomposos y vacíos de la instalación del Congreso: un desfile de señorío y rituales risibles de una pequeña república solemne que apenas intenta girar hacia otro paradigma de la realidad. Una gala que conserva todavía el aura de la devoción a los títulos nobles de una historia colonial que apenas inicia los tiempos de su conciencia.
En la ceremonia de instalación, el presidente saliente, el incompetente que intentó actuar como un líder al ritmo de su propia autodestrucción, fue abucheado en un grito ensordecedor que quiso ignorar, una vez mas, continuando su discurso de palabras falsas y vacías sobre el país que deja para siempre con todos los estragos posibles. Una imagen que quedará entre el final del peor gobierno de la historia reciente, sin que sus palabras mitómanas vayan a ser recordadas jamás. Solo quedará el recuerdo siempre presente que su partido reelecto en los últimos 20 años deja entre las camarillas corruptas del Estado para un nuevo tiempo aún impredecible por las tácticas recientes de los partidos tradicionales que han rodeado al presidente electo en una clara demostración de conveniencia, sin que el sustento mental parezca suficientemente coherente para los nuevos acuerdos y aprobaciones.
El partido de la U ha confirmado su fidelidad al acuerdo nacional con la batuta de la baronesa del Valle, un respaldo que parecía lejano por los lazos que ataban al partido a los dominios de los gamonales posmodernos que siguen en la sombra dirigiendo los otros rostros de su representación en curules pactadas y respaldos hipotecados. Los proyectos del Gobierno tendrán la incertidumbre de los movimientos de burócratas de profesión que saben comportarse acorde a los contextos, sonreír y demostrar lealtad mientras los lazos del silencio avanzan en las hábiles formas del convenio. Una tradición que no podrá perderse, aunque la nueva alfombra ideológica sea radicalmente opuesta. Saben que el voto de opinión sigue acorralándolos, y no es táctico ni estratégico quedarse al margen de las nuevas interpretaciones de un país que ha identificado ahora, y con nombres propios, los responsables del desastre.
Aún con todas las posibilidades del envenenamiento, Gustavo Petro ha alcanzado las mayorías en el Congreso para la viabilidad de la gobernanza. Pocos meses pasarán para notar las tácticas, sutiles o violentas de una clase política que ha podido sobrevivir bajo las arcas públicas, disimulando su bajeza.