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Juan David Ochoa
18 de febrero de 2023 - 02:00 a. m.
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La oposición logró convocar para el pasado 15 de febrero la jornada de movilización contra las políticas de una presidencia que siguen considerando ilegítima, dictatorial y fallida. Las hipérboles del malestar y la extravagancia de sus arengas solo hicieron que sus propias intenciones de conexión para agigantar las marchas se vieran reflejadas en la desorientación de los marchantes y en la ausencia de un significado común. Hasta ahora sigue siendo evidente la desesperación por enfrentar al poder sin un sustento real, sin razones sociales sólidas que justifiquen la furia y sin discursos coherentes que ameriten la desacreditación de un Gobierno que aun no cumple el año de sus funciones y que, entre todos los yerros, no hay todavía mayores traiciones a la palabra o descalabros que argumenten la desazón nacional.

Las razones para la crítica sobran, por supuesto. El control político a los errores de la gobernanza será siempre necesario bajo los ideales siempre frustrados de un Estado que intenta ser pragmático entre la vastedad de un abandono prolongado en las décadas de la improvisación ideológica. Los errores de comunicación del Gobierno han llevado a la desconfianza frente a varios ministerios que han pretendido revolucionar el statu quo de la economía sin explicaciones convincentes, y la incertidumbre ha hecho lo suyo frente a reformas sin voceros experimentados, con la inseguridad de la defensa ante las preguntas insistentes que la prensa lanza entre el desbarajuste de los paradigmas y la desesperación de la ciudadanía que ha esperado un cambio sustancial pero esperaba, también, una comunicación asertiva y clara para equilibrar los miedos y balancear las sospechas entre los nervios de una trasformación acelerada.

No ha sido lúcida la forma y las maneras de comunicar el cambio abrupto del aparataje del poder y sus efectos en todas las carteras, y tienen sustento las críticas al Ministerio de Minas y Energía, al Ministerio de Hacienda con los ajustes que en campaña no parecían tan pragmáticos, y a los cargos burocráticos que hasta hace una semana ocupó sin méritos Concepción Baracaldo en la delicada y trascendental directiva del ICBF, quien frente al caos de la ineptitud ha sido reemplazada por un nombre tardíamente justo. La forma de entender las pinzas y tenazas de la burocracia ha sido justamente el suicidio lento de un Gobierno apenas naciente entre la tradición estatal, con sus cuotas estratégicamente pactadas entre los miles de cargos que los despachos públicos requieren para que toda la estructura monumental funcione en la pirámide de las órdenes. Ha sido esa la rendija fatal en que la inexperiencia ha demostrado los efectos del error y la gravedad de la improvisación recurrente.

Pero la oposición, obtusa y radicalizada en el enajenamiento del odio, ha intentado lanzarse con la baba del desprecio total contra el poder sin la formulación de un argumento sólido y, por lo tanto, la ineptitud entera se consume a sí misma desde los flancos incomunicados, intentando convencer a sus bastiones de una defensa emocional y una verdad que nadie sabe muy bien cómo aceptar entre el ruido de los paradigmas derrumbados.

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