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Fantasmas disidentes

Juan David Ochoa

21 de abril de 2023 - 08:00 p. m.

Néstor Gregorio Vera Fernández, alias Iván Mordisco, el escurridizo jefe de las disidencias del Estado Mayor Central que el glorioso gobierno de Iván Duque anunció como una baja espectacular y definitiva entre los operativos contra los grupos armados alternos, está vivo. Apareció caminando con su séquito de rebeldes sin causa, con el fusil terciado de las fuerzas de élite de los marines y mirando el entorno de flashes y cámaras que cubrían su resurrección, mientras los funcionarios que hicieron de su muerte un botín político seguían en silencio. Lo siguen haciendo sin nervios y sin rubor; solo ha salido el flamante exministro de Defensa Diego Molano Aponte a decir que el dinero prometido en la recompensa no se había pagado en el momento y no se ha pagado hasta hoy. No se sabe qué resulta peor y más escabroso. La noticia falsa proveniente de un gobierno o el anuncio cínico del dinero. Esta opereta sin fin, aunque haya terminado el cuatrienio de la farsa, es una función estelar de la mentira donde todos falsearon la realidad con impunidad total: el presidente glorificado, el ministro orgulloso, los comandantes a cargo del operativo que no fue, los delegados de las entidades que ratificaron la veracidad de una noticia nacional con las precisiones que se requerían.

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Una farsa circular sin testigos, ni culpables, ni instituciones que hayan alertado del peligro de un gobierno anunciando noticias falsas frente a un país entero para legitimar su poder, pero el gobierno se ha ido. El expresidente que reforzaba su estatus con rugidos de león sonríe desde otros hemisferios sin pronunciarse sobre los muertos que vuelven a caminar bajo su ausencia. Todo parece retornar al mismísimo tiempo en que ese gobierno inició sin mayores nociones de dirección, para improvisar y exagerar cuando todo pareciera adverso y contrario a los intereses principales de la imagen. El presidente Petro intenta ahora aprovechar la explosión de todos los fantasmas para afianzar el ritmo de la paz total, que entre todo el marco general de la complejidad no parece tan avanzada ni tan práctica. Las intenciones de los jefes disidentes siguen siendo confusas, más allá de su disposición a un diálogo que carece de pilares políticos. La pose de jefes engreídos, caminando en la pasarela de la espectacularidad, parece darles otro aire de recuperación entre la megalomanía y la perdición mental que intentan matizar con acuerdos y promesas que no pueden cumplir, salvo si todo se limita a lo estrictamente económico o al pacto de una condena mínima para salvar sus últimos años. Las reservas de los territorios cocaleros y la minería ilegal siguen siendo el botín que heredarán los otros peces gordos; esperan el momento exacto para aparecer, otra vez, como fantasmas reciclados, ante el dominio de lo que han considerado suyo y frente a los cuerpos de pelotones del Ejército que solo han hecho presencia en terrenos desolados del Estado cuando la contingencia lo obliga e instruye, aunque aparezcan fantasmas después ridiculizándolo todo, mientras todos lo vemos con el espanto de la costumbre.

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