El Gobierno Nacional se ha resbalado estruendosamente en la primera semana del año. El afán por generar una noticia efectista y rimbombante a nivel internacional con los avances políticos sobre la paz total ha desbordado las estrategias y las tácticas, y ha sobrepasado el error en una comunicación que debía ser absolutamente clara en todos los frentes, más aún si el protagonista en cuestión es nada más y nada menos que la guerrilla más solemne, pretenciosa y salamera de la historia de Colombia. No hay hasta ahora una explicación clara y racional sobre el error monumental de un comunicado sobre el cese bilateral del fuego que, según el Comando Central del Eln, no fue pactado oficialmente en la mesa. La magnitud del error es tan desconcertante que la discusión no ha girado sobre el efecto peligroso de un cese del fuego irreal, sino sobre la forma política del gobierno de anunciar sus aciertos sin protocolos. Algo que podría causar un desastre si el escenario o el contexto fuera otro, o si el centro del anuncio no fuera un grupo en cuestión sino un solo cuerpo expuesto a la deshonra o a un riesgo latente.
El estruendo del error también radica en el conocimiento previo de las formas de actuar de una guerrilla que nunca ha respondido órdenes de una estructura piramidal, sino a un consenso complejo y caótico entre una tradición silvestre de toma de decisiones trascendentales. Un caos que los ha llevado en momentos recientes a grandes fallas de comunicaición interna y a grandes disidencias en el centro neurálgico de su poder, sin que les importe demasiado la imagen pública y coherente de su organización, y sin que se desesperen demasiado por ajustarlas a un orden más equilibrado y estricto. Son conocidos los momentos en que han tenido que lidiar secretamente con ruedas sueltas y demasiado públicas y peligrosas para su propia sobrevivencia, y aún así han intentado solventarlo con la solemnidad de la pureza de sus juramentos y su memoria, que a nadie importa más que a su círculo de románticos perdidos en la estratósfera de un orgullo demencial.
Todo esto lo sabía el jefe de la delegación del gobierno, Otty Patiño, y el flamante ministro del Interior, Alfonso Prada, quien ha intentado evadir la responsabilidad del Gobierno en una comunicación con fallas estructurales y estruendosas ante una opinión pública expectante de los primeros avances de una negociación a todas luces difícil y a todas luces dependiente de la delicadeza de los consensos.
Lo que sigue siendo alarmante es que el error de comunicación no parece un desliz en un momento crucial, sino un patrón de gazapos desde el mismo momento del inicio de funciones de un gobierno que ha necesitado despejar las fantasías del terror que creó el uribismo sobre su nombre, y ha cometido insistentemente errores infantiles con la sistematicidad del masoquismo sin que se vea una intención de soluciones próximas en la oficina de comunicaciones, o en el despacho secreto y misterioso de donde están saliendo semejantes yerros sin filtro sobre todas sus intenciones.