El pasado 8 de enero, en los primeros ruidos de nuevo año en que la política del mundo parece tronar con los desbarajustes del tiempo, los legionarios de Bolsonaro invadieron el palacio presidencial, el Congreso y la Corte Suprema de Brasil. Una escena exacta a la sucedida y protagonizada por los poseídos del América First el 6 de enero de 2021, azuzados por el promacho, supremacista blanco y delirante Donald Trump, que desde el abismo del fracaso quiso arrasar con toda la realidad y el tiempo, inventando una nueva forma política de visibilidad desde la derrota. Una acción impune y criminal que causó cinco víctimas mortales y 140 heridos de gravedad, y un clima democrático resquebrajado en la fragilidad de futuros ataques que podrían perfectamente venir con el antecedente de lo posible.
La herencia política del espectáculo y de la furia destructora que impuso Trump en el tiempo parecía haber quedado entre la tensa calma de los marginados del progreso que han entendido que su mundo, el mundo perdido del odio a la otredad que ya no tiene la gloria desde el poder, puede seguir existiendo desde un rugido colectivo que no pueden detener los esquemas o los operativos de las instituciones que desprecian. Saben que el antecedente de un hecho posible desde el que fueron mundialmente visibles por su fuerza destructora puede repetirse sin que las individuales queden tan expuestas bajo la histeria de la masa que aparece y desaparece entre la destrucción. Y es lo mismo que han entendido los bastiones derrotados de la derecha más rancia del sur del continente, confiados en la impunidad del país más poderoso del mundo, y avalados por los caudillos del shock que los verán desde lejos, aplaudiendo lo que también pueden llegar a hacer sobre el orden que ahora es tan susceptible y endeble como pequeñas sedes sagradas que pueden ser violentadas sin consecuencias.
Es el nuevo lenguaje que han aprendido ahora que se saben perdidos desde el tiempo. Las falacias discursivas del miedo y del estigma, los paradigmas bancarios, la fobia a la modernidad con su apertura total y la prevención enceguecida contra lo que les parece pagano, ya no tiene cabida en las generaciones que han entrado al mundo con el poder de la opinión y del voto, y ya no tienen los canales tradicionales para sostener el mundo como existía en los largos años de un statu quo de resguardo seguro contra el futuro que arrecia en las ventanas y en todos los oídos.
No les ha quedado más que el boicot peligroso de la realidad que ha aparecido ante sus ojos sin posibilidades de maniobra. La herencia de Trump es la única y última legitimidad que les queda entre un mundo desconocido, y es la última voz de la soberbia a la que pueden seguir desde el final del tiempo, donde siguen insistiendo en negar la diversidad y las posibilidades ajenas a su exclusividad racial, religiosa, y financiera.
Jair Bolsonaro, un día antes de la posesión del nuevo poder, decidió huir en un avión conociendo las implicaciones políticas de su negacionismo peligroso. Desde lejos, los caudillos de la destrucción intentan bendecir las nuevas víctimas de su legado.