El secretario de Estado de los Estados Unidos, Antony Blinken, visitó el Palacio de Nariño para acordar nuevos avances en las relaciones bilaterales frente al proyecto de la paz total y sus implicaciones en los fenómenos de narcotráfico y la extradición: problemáticas eternas y angulares que se han prolongado entre las décadas de un paradigma de persecución y muerte sin victorias reales. Blinken, alineado en las políticas laxas de los nuevos tiempos, ha encontrado el escenario propicio en América Latina para la adaptación obligada de un poder hegemónico que debe ajustarse a los vientos que mejor convengan a la influencia regional. Saben que el giro a la izquierda en Latinoamérica es progresivo y ha sido inevitable, que las políticas demócratas son un puente de mayor confianza y vitalidad para los nuevos acuerdos y que las viejas y díscolas políticas de choque de un demente como Trump no podían más que agigantar la catástrofe de quedar al margen. El regreso de una presidencia más inclinada a la prudencia, aunque sea por intereses estratégicos, no deja de ser una ventaja segura para los vínculos que deberán fortalecer también los gobiernos emergentes desde otros ejercicios del poder.
El intercambio de prisioneros con Venezuela, las distensiones políticas frente a un petróleo vital y negociador, la alineación continental ante ideas de dignidad histórica y soberana, y las cifras absolutamente fracasadas de los viejos paradigmas de Nixon, han presionado las nuevas visiones de la política gubernamental de los Estados Unidos en tiempos y escenarios inciertos que deben manejar sin soberbia, ahora que otros fenómenos internacionales empiezan a dejar incierto su futuro de predominio militar y estratégico en el mundo. Blinken, después de dialogar con Petro sobre las nuevas disposiciones ante la extradición, política de drogas y medidas de migración, despegó hacia el sur del continente para calmar sus propios nervios frente a los otros gobiernos con tendencia social y asegurar mejores relaciones frente a los intentos rusos de alcanzar los nuevos territorios de su avanzada.
Quienes han quedado en el aire de la incertidumbre han sido los opositores locales, reacios a aceptar que los giros históricos también los obligan a despejar su nulidad mental, aunque la soberbia y la ineptitud les pese sobre todas las evidencias del tiempo. Pero allí están, intentando improvisar un discurso frontal frente a un gobierno que ha iniciado con la anuencia y el respaldo de gremios tranquilizados por las medidas de José Antonio Ocampo y los ajustes negociados de la reforma con la que pretendían hacer un escándalo universal. Ahora no pueden concebir que el alto poder del mundo se acerque a reconocerle a un presidente de izquierda las virtudes de sus avances por la paz total, mientras intentan desconocer y destrozar desde el delirio y la especulación cualquier intento de serenidad. Saben muy bien que la paz total sería el fin de todas sus políticas de confrontación y prejuicio, y no les quedaría más que resguardarse en la nostalgia de lo que pudieron ser, desde la imponencia letal de las armas; su único lenguaje.