Desde los tiempos de Justicia y Paz, cuando los intentos cosméticos de reparación dirigidos por el Gobierno de Uribe Vélez demostraron ser humo y niebla bajo el ruido político, las verdades ya habían logrado conocerse entre todos los intentos del boicot. Ya era una obviedad que los gobiernos de la rancia derecha, envalentonados y temerosos, habían codirigido el poder con ejércitos armados alternativos para apoyar los avances de un ejército oficial que debía responder a los reglamentos de La Haya. Una verdad tonta conocida por todos, en todas las regiones, en todos los medios, en todas las sombras últimas de la oscuridad. El mismísimo patriarca de la contradicción infantil y la desfachatez, Andrés Pastrana Arango, lo dijo públicamente frente al periodista Jorge Ramos en una entrevista para Univisión, refiriéndose a las alianzas de Uribe con el paramilitarismo: “yo mismo lo he denunciado”. Lo dijo el mismo que ahora intenta argumentar desesperadamente, contra sus propias palabras y su propia imagen, que nada de lo que dice Salvatore Mancuso ante la JEP es cierto. Una comedia ridícula y macabra protagonizada permanentemente por los mismos instigadores del contubernio en un país que desbordó los muertos cuando el odio sobrepasó todos los territorios y el lenguaje, hasta que nadie quiso hacerse responsable. Bajo la misma atmósfera del país paramilitarizado, Mancuso fue invitado y aplaudido con honores en el Congreso, mientras justificaba su guerra abierta y declarada por la honra de la república.
En esos mismos palcos del poder supremo, aplaudía con fervor Francisco Santos Calderón, vicepresidente que entendía muy bien las dimensiones de la ovación después de haber sugerido conformar, según las propias palabras del jefe máximo de las AUC, el Bloque Capital para defender Bogotá con las armas al margen de la ley y el orden. Su pensamiento público ha sido insistentemente contrario a las leyes que comprendió en todas sus dimensiones mientras fungía, también, como periodista. No le ha temblado la voz para sugerir electrocutar estudiantes en protestas ni ha dudado en falsear la realidad en todos los escenarios posibles mientras trabajó incansablemente para el posicionamiento del No en el plebiscito de 2016. Un protagonista directo de la historia turbulenta de Colombia que, junto el cantinflesco Pastrana Arango y el todopoderoso señor de la guerra escondido en la última luz de su declive, pretenden negar ahora las evidencias y las pruebas reinas que aparecen en todos los espacios oficiales posibles.
Mancuso ha elevado el tono de sus declaraciones en los atriles de la JEP y ha detallado la incursión en universidades, en consejos y en escenarios públicos, en la coordinación de los crímenes de gobernadores y alcaldes enemigos al dogma paramilitar, y en los magnicidios que siguen estando en el silencio profundo de la institucionalidad, aunque sepamos todos que las órdenes salieron directamente de los despachos directivos del DAS y de los altos mandos militares. La verdad sigue escalando los escenarios esperados y el miedo de los responsables vivos, altos nombres de la oficialidad, sigue haciendo lo suyo contra lo evidente. Mancuso aparece semanalmente en videollamadas y nos parece ver, cada vez más, el orden lógico que intuíamos, pero no dimensionábamos: la estructura macabra de un Estado que se organizó para matarnos a todos, si resultaba justo y necesario, y si esa resultaba ser la última posibilidad para salvar la honra de su prestigio y de su visión criminal del sostenimiento del orden.