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La Paz Total y la solemnidad romántica de su título siguen demostrando el riesgo de idealizar los proyectos con la poética del absolutismo. El 65% de la actividad criminal en Colombia lo protagonizan ahora las disidencias y los grupos armados sin estructura política. Un abismo que en la práctica representa la dificultad total para los acuerdos, o para el hipotético plan de sometimiento con el que se pretende desarmar esa estadística brutal en el país que se atraganta en los territorios donde el Estado sigue sin aparecer, ya no por voluntad sino por la deficiencia de su aparataje y su eficacia. Una herencia que arrastra los vicios burocráticos del centralismo y las fallas estructurales de una economía que apenas intenta reordenar sus horizontes con la reforma agraria y la adquisición de tierras que hasta ahora sigue siendo lenta y contraria al ritmo de la voluptuosidad de los discursos que en campaña parecían tan posibles, tan cercanos, tan altruistas. Las palabras podían atreverse a jugar con la lírica mientras el sueño de un giro fundamental se construía, pero también se estaba forjando la espada de Damocles que terminaría ejerciendo, después, la presión de los compromisos adquiridos.
La caída del discurso poético a la crudeza real resultó muy pronto, no tanto por los hechos conocidos en las zonas donde ha imperado la ley del hampa y los ejércitos de la sombra, sino por las altas y pomposas expectativas que el gobierno no supo dirigir entre las alturas de su retórica. La comunicación ha extrapolado las emociones de la esperanza hasta los últimos límites de lo posible, con tiempos delirantes de gestión, hasta que el pantano de las disidencias y los fantasmas resucitados de sus jerarquías terminaron por demostrar, rápidamente, que la Paz Total y el poderío de su promesa podría incluso superar el cuatrienio del gobierno actual, hasta perderse en la omisión o entre la misma burocracia del gobierno siguiente.
Hasta ahora, la voluntad de desarme de alias “Iván Mordisco” al mando del Estado Mayor Central, disidencia que se ha autodefinido con el hedonismo de su protagonista megalómano, no tiene visos de un próximo acuerdo, ni parece tener la logística clara de comunicación interna para prometer mayores resoluciones ni acciones hacia el futuro que permitan la generación de confianza ante un proceso de sometimiento. La masacre reciente de cuatro menores de edad, la evidencia de su reclutamiento, los métodos salvajes de sus dirigentes y las amenazas posteriores al rompimiento del cese bilateral que el presidente definió ante la gravedad de los hechos, solo sustentan la prolongación extensiva en el tiempo de un proyecto que ha omitido, por retórica o juego romántico de todo lo posible, los intereses astronómicos de los grupos criminales entre la selva y la tradición de grandes réditos económicos y una comodidad que no cederá tan fácilmente a los juramentos de un Estado que no tiene más para ofrecer que las condiciones matizadas de una condena.
El nuevo quiebre de la Paz Total era predecible; frente a grupos armados sin orden y sin estructura para un diálogo pragmático las intenciones de un desarme próximo son racionalmente lejanas. Las palabras deben ajustarse ahora a la realidad silvestre de un país que no admite en los territorios la belleza de las metáforas.
