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El presidente Gustavo Petro ha anunciado una noticia predecible en un Estado improvisado y errático que ha pretendido reconstruirse sobre sus dos atmósferas de tradición: el fango y la oscuridad. La noticia es la ausencia de fondos para las víctimas de la guerra, estrictamente las incluidas en el Acuerdo de paz con las FARC. Pero ya lo sabíamos; un Estado saqueado desde los tiempos de la Colonia, y profundizado en la hecatombe de la cleptomanía de todos sus politicastros modernos no tenía buenos augurios para el final de la guerra, cuando los enemigos más visibles desaparecerían entre el humo del incendio y dejarían el campo despejado del horror alterno: la caterva de ladrones que estaban desde siempre arrasándolo todo, mientras la atención mediática seguía distante de sus rostros. No sería una sorpresa, ni mucho menos, que un Estado precario y vulgar no pudiera cumplir con sus promesas y sus proyecciones de financiación, aunque las intenciones hayan sido altruistas desde algunos de sus nombres. Humberto de la Calle demostró la altura suficiente para liderar la mesa de la Habana y dirigir una negociación que tenía todo en contra desde sus inicios. Los presupuestos estuvieron calculados acorde a las buenas intenciones pactadas, pero dos eventos inesperados socavaron las proyecciones de los recursos de una paz pragmática: la victoria del NO en un plebiscito realizado en un error de cálculo de Juan Manuel Santos, y la victoria de un inútil peligroso como Iván Duque en la presidencia, quien debía cumplir con la administración de los recursos y con la agenda que su partido había coordinado previamente con todas las amenazas frente al acuerdo que juraron destrozar.
Por eso se equivoca ahora Gustavo Petro en decir con ligereza y soberbia que el marco general del proceso de paz fue un engaño, y que esa mesa y ese pacto no tuvieron el efecto real frente a sus víctimas. Ciertos matices y fantasmas peligrosos, como el trabajo siniestro de Néstor Humberto Martínez detrás de las persianas del poder y desde el despacho todopoderoso de superministro, anunciaban choques al interior del gobierno. Pero es claro y público que las administraciones de los recursos de la paz fueron finalmente arrasadas en la administración siguiente de la destrucción. Lo cumplieron con todos los detalles posibles de gestión, y la revictimización fue total y circular desde el discurso negacionista del conflicto hasta la dirección de los dineros para la implementación de los tiempos posteriores al acuerdo.
Tiene razón Humberto de la Calle en responder airadamente ante el pronunciamiento de un estadista que parece hablar por las rencillas conocidas con Santos en tiempos del cheque sin fondos para el metro. Una historia que parece perseguirlo en los recuerdos nocturnos que vuelven cada vez que le nombran el posible colapso próximo de Bogotá, justo ahora que la grandilocuencia de gestión se ha acumulado en las promesas de su gobierno. Una sombra simbólica que alcanza los días actuales del poder: sin metro, sin recursos para la paz, y sin cumplimientos trascendentales de lo pactado frente a las víctimas.
