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Solemnes y erráticos

Juan David Ochoa

10 de septiembre de 2022 - 12:00 a. m.

El Eln ha aparecido nuevamente ante reflectores y micrófonos para decir, después de retomar las negociaciones de un proceso interrumpido, que se niegan a aceptar los argumentos del Gobierno para la “Paz Total” por considerar injusto el trato que se les está dando, equiparándolos con el mismo rasero de las bandas criminales, sin jerarquías de mando ni estructuras piramidales como las que ostentan desde sus décadas de confrontación contra el Estado y contra la población civil, aunque insistan desde las altas esferas del discurso político que sus acciones son estrictamente beligerantes y acordes a las órdenes más justas y rigurosas de la guerra. Parece razonable la quejumbre al sentirse manoseados junto a bandas advenedizas, pero el Eln tampoco ha sabido responder nunca a las órdenes de su estructura jerárquica como un solo cuerpo comunicado y adscrito al orden. Han tenido, varias veces y con evidencia pública, revolcones internos por las ruedas sueltas que suelen actuar sin ley ni mando, afectando sus propias reglas y distorsionando la imagen que quieren entregar públicamente sin fallas estructurales. Pero así se han sostenido en el tiempo, erráticos, solemnes y radicales, aun más que los pomposos radicales de las Farc que estuvieron varias veces al borde de levantarse de la mesa en La Habana por incompatibilidad de caracteres y dogmas inquebrantables.

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Álvaro Leyva, con la tradición y la experiencia en los terrenos pantanosos de todos los actores del conflicto, ha podido equilibrar las cargas en los diálogos premilitares y retomados, después de que el inepto Iván Duque cancelara toda posibilidad por razones mezquinas. El Estado y su aparataje operativo y su gabinete ministerial trabajan para dejar fluir las conversaciones que desde los inicios ya tenían la señal de una dificultad mayúscula por las conocidas posturas utópicas de la guerrilla que ha quedado en el aire, sin discurso y sin la fuerza que tuvieron en los años del delirio. Pero aquí están y han aparecido ahora para arremeter con palabras vacías el proyecto de la paz total por posiciones ególatras.

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La CIDH no reconoce el estatus político de bandas criminales que se dedican exclusivamente al control violento de su negocio, por supuesto. El Gobierno lo sabe junto a los asesores de la mesa del oficialismo, pero el Eln insiste en que las bandas organizadas sin estatus político equiparadas a su altura no pueden entrar al marco de las nuevas negociaciones donde está la atmósfera de su historia y sus muertos icónicos que siguen defendiendo desde el fanatismo. No pueden vincular a Camilo Torres, dirán, con narcotraficantes anárquicos. Tienen razón. Pero no tienen razón en iniciar los diálogos que el tiempo abre con buenos términos con talanqueras propias de un capricho de guerrillas ochenteras. Saben que este es el escenario propicio para un fin medianamente equilibrado y justo. Y saben, también, que jugar con el tiempo en contra es una carga de dinamita sobre todos sus cuerpos y sus nombres. Aun así, quieren jugar a la solemnidad y al panfleto desde la trinchera en la que aún, con todos los panoramas complejos de una república incipiente, pueden salvarse.

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