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Se cumple un año de la invasión de Rusia en el Estado soberano de Ucrania, y la insistencia en su estatus de soberanía sigue siendo relevante y fundamental frente a la abierta multiplicación de la mentira como el arma más letal entre la destrucción colateral de las bombas. La OTAN, brazo armado de Occidente, ha cometido también las imprudencias propias de la defensa de sus intereses, pero sobre las razones y los argumentos de los paradigmas enfrentados, el protagonista del desastre sigue siendo Vladimir Putin: ese espíritu delirante y caricaturesco que sigue interpretando el mundo con los códigos decimonónicos de los imperios que pueden, según su evangelio ortodoxo, recuperarse por la gloria de los muertos solemnes de su historia.
En el discurso del Estado de la Nación ha anunciado la suspensión del acuerdo de desarme nuclear. Un consenso significativo entre las potencias con reservas de destrucción masiva vigente desde el fin de la Guerra fría que le daba al mundo un clima tranquilizante en la desescalada de una carreta nuclear que podría llevar, tarde o temprano, a un punto de no retorno en las posibles tensiones que llevarían al mundo a su destrucción
Su decisión responde a la visita sorpresa de Joe Biden a Kiev el pasado lunes 20 de febrero; una acción temeraria y simbólica al ingresar en territorio de guerra para seguir respaldando financiera y militarmente su defensa. Junto a Zelenzky prometió un nueva donación de 500 millones de dólares y el envío progresivo de los tanques Abrams, una línea roja más sobrepasada que debilita la imagen segura y confiada de Putin ante el mundo y ante los propios rusos, que ven permanentemente el conflicto retraerse contra su propio delirio de gloria, con los efectos políticos y económicos de un acorralamiento que ahora se ve, también, reflejado en los rumores de alta traición entre el grupo Wagner, brazo paramilitar en la sombra y los altos mandos militares que rodean al prohombre que sigue sin aceptar un mínimo error desde la aureola del Kremlin.
Las cifras del desastre de la guerra sobrepasan hoy los 8.000 muertos y 11.000 heridos en un territorio que sigue entre la incertidumbre del tiempo prolongado de desgaste y la crisis humanitaria siempre creciente de desplazamientos que alcanza los 8.000.000 de refugiados en los países de acogida de Europa. La zozobra seguirá entre el pulso de dos hemisferios que sostendrán su poder sobre los cuerpos que siguen cayendo entre el silencio y la costumbre de un nuevo año de guerra, y la escalada seguirá en aumento entre cifras, estadísticas del horror, y el envío progresivo de armamento pesado.
Aunque la comunidad internacional pretenda abanderar el cumplimiento de los derechos humanos y la fidelidad de la pureza ideal de un mundo protegido y moderno entre leyes inquebrantables, la crudeza real ha demostrado que las presiones económicas sobre Rusia no han tenido los efectos pensados, y Putin sigue imponiendo el control del tiempo y el ritmo de la guerra con la amenaza siempre latente de un ataque nuclear con el que puede negociarlo todo, si las circunstancias y las líneas rojas sobre su nombre le representan una amenaza real entre los nervios.
