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El ultimo año del uribismo en el poder no podía ser más exacto a su aura de autodestrucción y bajeza. Las elecciones de la última legislatura en un Congreso que intentaron dominar hasta el final, por obvias razones y conveniencias, debían manosearlas en silencio por simple y llana sobrevivencia legal. Su poder acéfalo, a nombre de un presidente irreal, tenía que salvarse desde el mismo soporte de las bancadas burocráticas que están allí para cumplir las órdenes del contubernio y lograr por física presión lo que no pueden hacer desde el talento político.
Lo que no se esperaba tan pronto, porque siempre se espera una profunda traición a largo plazo entre los movimientos levemente alternativos de este país adolescente, era que la oposición, con mayorías poderosas para obtener la presidencia del Senado, perdiera estrepitosamente sus posibilidades por traiciones internas. Un personaje gris del partido más gris entre todos los que existen, el conservador Juan Diego Gómez, llega a ese cargo entre el humo de las fricciones de una oposición que ya ha alcanzado con méritos el máximo nivel del patetismo. No logran sus objetivos, con todos los números a su favor, por negarse a entender todavía que la máxima urgencia es impedir que el gobierno mezquino y destructor siga afianzando sus tenazas sobre un país deshecho. Prefieren los tratos silenciosos, el servilismo con rostro de progresismo top y las dádivas temporales de un poder que los traicionará también cuando el momento llegue y el naufragio no deje posibilidades para los favores pagos. Pero lo saben muy bien, y desde siempre, como lo saben todos en esta historia de traiciones y vilezas sin que nada importe más allá de un leve ruido de indignación sin dimensiones ni efectos. Lo saben y ahora lo han hecho en el último periodo legislativo que le permitirá a un gobierno confiado explayarse en los excesos de sus delirios más turbios. Lo harán ahora que saben los efectos del tiempo en contra y las dimensiones peligrosas de las instituciones cuando no estén en su poder para manipularlas a su antojo.
Para toda labor y todo pacto, todo favor y toda conveniencia, necesitan un Congreso a sus pies para avalar las últimas firmas de la tierra arrasada. Sospechan el aliento del cambio brusco de la historia en sus espaldas, y este último periodo lo saben como el más trascendental y definitivo. Ahora, con todo en contra, aumentarán su poder para alcanzar las últimas posibilidades de su permanencia y controlar, hasta donde les sea posible, la fuerza de ese nuevo tiempo que llega con las represiones alimentadas por el cinismo y la burla. Allí está la nueva presidenta de la Cámara, Jennifer Arias, ostentando una burla más desde el alto poder de las sombras de sus entornos sin que tenga la más mínima intención de aclararlas, y sin más mérito que haber sido una gran idólatra del señor que sigue supervisando los destinos de su partido y de un país sometido bajo las botas de su nombre.
