El Gobierno ha ordenado la interrupción del cese bilateral del fuego con el Clan del Golfo: la estructura narco-paramilitar que ha mutado en el tiempo acorde a las coyunturas y ha cambiado su nombre acorde a las estrategias internas de publicidad. Su nombre les hace parecer ahora una organización alejada de los tiempos conocidos, pero es la misma estructura diseminada de las desmovilizaciones cosméticas de los paramilitares en tiempos del patriarca de la libertad y el orden, cuando se hizo público el avance de la dejación de armas del grupo que arreció por todos los territorios del país contra la oscuridad de las Farc, pero dejando las armas financiadas por empresarios y ganaderos en poder de los narcos y sus nuevos pelotones de custodia, con los mismos cuerpos que se negaron a retornar a la vida civil después de la ceremonias solemnes de reinserción.
Se hicieron llamar Los Urabeños, el Clan Usuga, las Autodefensas Gaitanistas de Colombia, cambiando de nombre al ritmo de los paradigmas y los intereses, hasta que el cabecilla más célebre de la organización, Darío Antonio Usuga David, alias “Otoniel”, fue capturado el 23 de octubre de 2021 con la pomposa frase de victoria del pomposo y frívolo Iván Duque: “el Clan del Golfo llegó a su final”. Su insistencia para demostrar un mínimo logro de gobierno lo llevó a crear atmósferas falsas y absurdas con tonos efectistas de gestión, mientras en la selva la llamarada del caos y la reorganización de la jerarquía acomodaba de nuevo, como siempre, los nuevos nombres en la altura de la pirámide de un poder que, después de los protocolos de desarme, solo ha trabajado para custodiar las rutas del narcotráfico y de la minería ilegal en 180 municipios. Posterior a captura del capo célebre, la presencia del Estado en territorios desconocidos y peligrosos hizo gala de la ausencia histórica que ha hecho de este incendio multifacético y multiorganizacional una llamarada atronadora sin fin, con economías subterráneas y sin calcular que han hecho de las negociaciones sugeridas un fracaso anunciado.
Los líderes consecutivos del Clan del Golfo no tienen para negociar más que sus condenas programadas con flexibilidad y la entrega calculada de los réditos astronómicos que reciben desde que acomodaron su vida a la ilegalidad, sospechando que las caletas escondidas sean el botín glorioso de otras disidencias camufladas bajo otro nombre publicitario de un nuevo tiempo. Conocen, más que todos los testigos y los enemigos, la tradición repetitiva del ciclo de una renta deslumbrante que nunca deja ajenos a los que tienen el poder de organizar un grupo armado para el resguardo de laboratorios, el predominio de las rutas y las maquinarias que permiten la excavación de la minería con la imponencia de los jefes ocultos. En esa evolución logística han ascendido las estructuras esparcidas por las montañas de un país en transición, desde que el acuerdo de paz con las Farc despejó los territorios que han podido ocupar, una vez más, sin que el Estado pueda actuar aún ante la dimensión del asunto.
El próximo cese bilateral del fuego dependerá de la interpretación real del Gobierno ante la voluntad de un grupo armado que no tiene nunca nada que perder a estas alturas históricas de la rentabilidad anárquica, sin una sola idea para anteponerse entre los diálogos que retornarán cuando la violencia en Buenaventura y en el Bajo Cauca Antioqueño deje los estragos brutales que obliguen a una nueva intención de acercamiento, sin efectos prácticos a la vista.