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Arte y política

Juan David Zuloaga D.

26 de septiembre de 2024 - 12:00 a. m.

Para haber tenido un país tan politizado, una historia política vivida con tal intensidad, una polarización más o menos constante a lo largo de toda su historia republicana el arte que ha producido Colombia no ha estado tan teñido por el acontecer político como hubiera podido esperarse. El cine es, tal vez, el arte que más ha recibido el influjo de la política y de la violencia política del país, acaso por su manifiesto valor documental que permite reflejar la crudeza de la violencia vivida desde hace tantas décadas. En otras latitudes el caso es quizás más patente; piense el lector —por poner un par de ejemplos— en las cinematografías argentina o española cuyas columnas vertebrales, al menos hasta hace unos pocos años, habían sido la dictadura y la guerra civil. También aquí se ha hecho cine político. Me vienen a la memoria la adaptación de Cóndores no entierran todos los días (Francisco Norden), Los reyes del mundo (Laura Mora), Monos (Alejandro Landes), Sumas y restas (Víctor Gaviria), Pájaros de verano (Ciro Guerra)…, pero parece que el influjo fue menor que en otros países.

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La literatura política ha dado sus frutos, muchas veces desiguales, como por lo demás suele ocurrir en todas las artes. La lista no es corta y hasta dio pie para acuñar un nuevo género, de nombre tan resonante como ingenioso: la literatura sicaresca, pero además de sobre sicarios (Rosario Tijeras, La virgen de los sicarios) se ha escrito sobre la aparición y los estragos del narcotráfico en el país (Cartas cruzadas, El ruido de las cosas al caer) o sobre la dictadura (El otoño del patriarca, El gran Burundún-Burundá ha muerto). Con todo, podría pensarse que el influjo de la política en las literaturas de otras naciones ha sido mayor. Ahí está toda la literatura sobre la Revolución Francesa que produjo el país galo (incluidos Los dioses tienen sed de Anatole France o El noventa y tres de Víctor Hugo) y está también el libro, con sus más de quinientas páginas, sobre la literatura de la guerra civil española que en el año 1993 publicó Andrés Trapiello, pero que ha conocido reediciones y ampliaciones.

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También las artes plásticas han sufrido los influjos y hasta los embates de la violencia, si pensamos en los daños que sufrió El pájaro, la escultura de Fernando Botero de la Plaza de la Gobernación de Medellín tras el atentado del año 1995. Dentro de las obras de arte político más importante que ha producido Colombia habría que mencionar al menos la Violencia de Alejandro Obregón, el Políptico de Bojayá de David Manzur, Aliento de Óscar Muñoz, Fragmentos de Doris Salcedo, el David de Miguel Ángel Rojas, Los lanceros del Pantano de Vargas de Rodrigo Arenas Betancourt y habría que añadir las pinturas de Débora Arango sobre el Nueve de Abril y sobre la dictadura de Rojas Pinilla.

Como se ve, la relación no ha sido insignificante, aunque tal vez menor que la que han padecido las artes en otros países. Aventurar una hipótesis sobre el porqué resulta sin duda arriesgado, pues, como comenté, la politización de la vida nacional es patente y muy honda. Pero quizás eso mismo lo explique, o al menos contribuya a explicarlo: dada la politización tan marcada, que ha impregnado con tal virulencia todas las esferas de la vida pública y privada del país, el arte ha sabido, en cierta medida, tomar distancia y ha sido también refugio para la reflexión y para el sosiego, resguardo frente a la política y un canal para la evasión.

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@D_Zuloaga

juandavidzuloaga@yahoo.com

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