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Se lee en una nota del Libro contra la muerte de Elias Canetti —aquel libro en el que se compilan los distintos pensamientos, citas, glosas y apuntes que el gran escritor sefardita le dedicó a la muerte, la voraz prostituta, pues con todos se acuesta— que se requerían candidatos para verdugo.
Por medio de un artículo de prensa del año mil novecientos ochenta se hizo público que en la localidad de Springfield (Illinois) se buscaba un ‘verdugo voluntario’ para dar muerte al asesino múltiple John Gacy. Lo más curioso del asunto, quizás, no es que a esas alturas del siglo XX se estuviese buscando un candidato para verdugo, sino que llegaran propuestas serias y muy numerosas. Semanas después de la publicación de la oferta de ‘empleo’ se recibió una avalancha de cartas. Algunos remitentes enviaron sus hojas de vida detalladas, haciendo hincapié en su experiencia profesional en tal sentido: «‘Tengo treinta años, soy varón, soltero, y los demás me definen como un joven frío, tranquilo, fiable, meticuloso y discreto. Creo firmemente en la pena capital’, señala el cajero de un banco londinense. Un policía de Wisconsin resalta el hecho de que, en una de sus anteriores ocupaciones, en un asilo para animales, se dedicara a la ‘eliminación de animales’. Un hombre de Viena se interesa, según parece, por el salario. ‘No disfruto matando, pero por dinero lo haría’. Otro voluntario, un veterano de la marina de cuarenta y dos años de edad, está cumpliendo una condena en una prisión de Nueva York: ‘Pronto me concederán la libertad condicional y necesito trabajo’», cita y anota Canetti en el libro mencionado.
Inquieta, tras tantos milenios de civilización —vamos a llamarlo de este modo en aras de la brevedad—, inquieta, decía, esta vulgar familiaridad con la muerte. Si se pudiera hablar de civilización —y de su desarrollo— tal vez habría que cifrar este lento devenir en el hecho de que matar al otro se hace (o debiera hacerse) más lejano, más pavoroso y más improbable. Ciertamente Colombia no es un buen ejemplo. Ni el mundo de hoy, tal y como van los asuntos por casi toda la geografía global, tampoco. La muerte sigue rondándolo todo, impregnándolo todo con su hedor y con su impertinencia, dejando rastros de su terrible devaneo por doquier. Y pareciera que a nadie importunara esta cercanía, que todo lo consume y todo lo destruye. A mí, en cambio, sí me parece inquietante y doloroso que, tras una singladura de milenios, siga habiendo candidatos para verdugo.
juandavidzuloaga@yahoo.com
