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Cien años de “De sobremesa”

Juan David Zuloaga D.

18 de diciembre de 2025 - 12:05 a. m.
“Si viviera en nuestro tiempo, José Asunción Silva se volvería a suicidar”: Juan David Zuloaga D.
Foto: Jose Asuncion Silva

Se conmemoraron cien años de la publicación de De sobremesa, la única novela que escribió José Asunción Silva, el mejor poeta que ha dado Colombia.

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Desde la segunda mitad del siglo XX el país conoció un auge en su novelística y por lo tanto tendemos a pensar que el género históricamente gozó de buena salud. Pero no siempre fue así. Cuando rememoraba García Márquez en Vivir para contarla la situación de la novela en nuestro medio se lamentaba de que, mediado el siglo pasado, apenas llegaban a cuatro las obras reseñables de la literatura nacional. Luego vinieron dos generaciones espléndidas que hicieron olvidar la incuria del género hasta esa fecha: la de García Márquez y Álvaro Mutis, primero, y la de Germán Espinosa y Alfredo Iriarte, después.

Hasta entonces, De sobremesa seguía erigiéndose no sólo como el monumento literario que sigue siendo hoy, sino como una de las obras insuperadas e insuperables de la novela en Colombia. Escrita en el XIX, el gran siglo de la novela, con la prosa refinada de Silva y con sus precisos arrebatos poéticos, el libro tiene por tema el amor y, sobre todo, las ansias de amar del personaje principal: un dandi decimonónico que frecuenta salones efímeros en América y en Europa para escamotear el sinsentido de la vida. Todo exornado con el nihilismo y la melancolía que nimbaron las atmósferas de su tiempo; spleen, lo llamaron entonces. No he podido dejar de pensar, por esas asociaciones involuntarias que prodiga la lectura, en los ambientes que sabían recrear la prosa y el lenguaje de Oscar Wilde.

Estamos conmemorando los cien años de la publicación de De sobremesa y teníamos la oportunidad de rendirle homenaje a uno de los milagros de las letras nacionales. Aquel a quien en su tiempo el país le dio la espalda. Despreciado por los cenáculos, agobiado por las deudas, tras sufrir un naufragio en el que se perdió buena parte de su obra literaria, solitario en su casa del centro de Bogotá, decidió quitarse la vida con una bala en el pecho. Lo profetizó en una de sus poesías: “Luego, desencantado de la vida,/ filósofo sutil,/ a Leopardi leyó, y a Schopenhauer/ y en un rato de spleen,/ se curó para siempre con las cápsulas/ de plomo de un fusil”.

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Se cumplieron cien años y dejamos pasar una bonita oportunidad para reivindicar su genio, para organizar coloquios, para volver a editar y a leer la novela, para recuperar y reactivar la casa de Poesía Silva, aquella casa en la que, desesperado, el poeta se quitó la vida. Pero estamos en Colombia. Y, transcurridos cien años, casi nada ha cambiado. Encontramos el mismo desprecio por las artes, el mismo vulgar provincianismo de las gentes de la cultura, las mismas élites políticas incultas sin miras y sin un proyecto de Nación, el mismo desdén por el saber y por la inteligencia, la misma cínica indiferencia de siempre frente a la belleza y a la filosofía.

¿Qué nos queda entonces tras cien años de vida política y social transcurridos en Colombia? No lo sé, pues casi nada ha cambiado. Nos queda, sí, la triste certidumbre de que, si viviera en nuestro tiempo, José Asunción Silva se volvería a suicidar.

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