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No es raro ver en museos del mundo pequeñas placas que hablan de la procedencia de una obra de arte. Suelen estas placas contarnos que la obra en cuestión es donación de una familia, que se trata de una cesión a cambio de impuestos, que fue recibida por motivo de una sucesión o incluso que es propiedad de un coleccionista (es decir, que la entregó en comodato por una lapso determinado para su debida custodia por parte del museo).
Dejando de lado la donación que hizo la familia Botero de su colección, conozco tres grandes colecciones privadas en Colombia y tengo noticia de una o dos colecciones importantes más. Yo supongo que hay algunas más. Me gusta creer que en las colecciones privadas del país hay obras admirables de los mejores artistas del mundo y de los grandes maestros del arte occidental o universal.
Pero ocurre que aquí no nos cruzamos en los museos las plaquitas que señalan la procedencia de las obras y que recuerdan los actos de generosidad y de desprendimiento de los grandes mecenas. Ni vemos placas que señalan que una obra, propiedad de un importante coleccionista, se encuentra en comodato en el museo. O que esta obra fue entregada por los herederos de cierto coleccionista como parte del pago de los impuestos de sucesión de la familia al Estado.
Y es una lástima porque si es cierto, como creo, que en las colecciones de las familias adineradas del país hay algunas piezas de los grandes maestros del mundo, podría el Gobierno colombiano encontrar la manera —los incentivos tributarios suelen ser una vía eficaz y común— de seguir ampliando las colecciones públicas del país para continuar consolidando un museo que esté a la altura de los mejores del mundo. En este empeño el trabajo conjunto entre el Ministerio de Hacienda y el Ministerio de Cultura sería decisivo.
Otra vía para seguir ampliando las colecciones públicas de museos e instituciones culturales es la de la generosidad y la del mecenazgo. La donación inmensa que hicieron el maestro Fernando Botero y su familia no constituyó una colección cerrada. Se hizo con el ánimo —y así lo manifestó el propio Fernando Botero en distintas ocasiones— de que los grandes empresarios y las familias adineradas del país alimentaran la colección. La donación Botero consta de 208 obras, 123 de su autoría y las 85 piezas de grandes maestros del arte occidental. Después de eso, los mecenas y empresarios del país, a cuya generosidad, cooperación y entusiasmo apelaba Fernando Botero, no han donado ni una obra más.
