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Dar la vida

Juan David Zuloaga D.

27 de diciembre de 2023 - 09:05 p. m.

A veces caminando por mi barrio, cuando comienza a caer la tarde, llegan los aromas que expelen las flores del jazmín y creo entonces reconciliarme con la vida. Son unos instantes en los que todo queda como en suspenso, instantes que me transportan a no sé qué regiones de esperanza y de ensueño.

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Como si los aromas de las flores del jazmín condensaran toda la nobleza, toda la heroicidad, toda la belleza, toda la dignidad de la gesta del vivir. Y en esos instantes en los que se me llena el pecho de alegría, de serenidad y de belleza se me antoja que vale la pena vivir, que bastan los aromas de las flores o los colores o los atardeceres para justificar la existencia del mundo y de sus días.

Viene a mi memoria entonces una curiosa expresión de la lengua nuestra para denotar lo acaecido: «dar la vida». Expresión curiosa con la que se manifiestan las ansias que un deseo suscita y el goce pleno que se experimenta con alguna actividad soñada o con su satisfacción. «En estos momentos daría la vida por pasar la tarde con…» o «daría la vida por estar en…». Es cierto que se usa en ocasiones con ligereza («daría la vida por un helado de chocolate»), pero revela siempre el anhelo irrefrenable de satisfacer un deseo y compendia el paroxismo de una pasión; las ansias inmensas de vivir, aun si nos va la vida en ello. Vivir un instante a costa de morir por él, a la manera en la que los vicios nos van quitando la vida en la medida en que en ellos nos regodeamos. Un verso de una canción popular de la música colombiana, Hurí, resume muy bien lo dicho: «Quitárame la vida por darte el corazón».

Y cuando pienso en todo ello recuerdo la manera singular en la que el sabor de las cerezas le salvó la vida a Bagueri, un viejo sabio que cuenta su historia a Badí, el personaje principal de El sabor de las cerezas, película entrañable y hermosa de Abbás Kiarostami. Narra la historia de un hombre que deambula por las calles de Teherán buscando a alguien que se anime a enterrarlo porque ha decidido quitarse la vida. Y en su búsqueda loca y desesperada se encuentra con una voz amiga, la del viejo Bagueri, un taxidermista del Museo de Historia Natural que años atrás había querido suicidarse y que le habla a Badí del sentido de la existencia y de la manera en la que a él mismo el sabor de las cerezas, una mañana en que lo creía todo perdido, le salvó la vida…

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Es asunto raro el vivir porque, pese a las vicisitudes y a las adversidades, parece que bastan los colores o el recuerdo de la mujer amada o las noches de luna llena o los aromas de las flores para seguir viviendo. A veces caminando por mi barrio, cuando comienza a caer la tarde, llegan los aromas que expelen las flores del jazmín y creo reconciliarme entonces con la vida, y se me antoja que vale la pena el vivir y el haber vivido.

@D_Zuloaga

juandavidzuloaga@yahoo.com

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