Comenzó el domingo pasado el Mundial de Fútbol. El torneo más grande de selecciones y, para quienes seguimos este deporte, una celebración y una fiesta que tiene lugar cada cuatro años. Una fiesta siempre, más allá de la escogencia de las sedes, muchas veces discutible en lo futbolístico y en otros órdenes.
La fiesta, sin embargo, como toda celebración, no es igual cuando uno no está invitado. En este caso hay que ganarse la entrada. Como se sabe, meses antes del Mundial se organizan unas rondas eliminatorias que otorgan el cupo a la instancia final. Y en esta ocasión Colombia no clasificó.
Resulta lamentable recordar las circunstancias en que el equipo fue eliminado. Aún pesa una sombra de duda en el papel desempeñado por algunos jugadores en los primeros partidos de la clasificación, en especial en la derrota que sufrió el equipo frente a Ecuador (6-1) y sirvió para que saliera el entonces director técnico, Carlos Queiroz. Después vino lo de siempre: la contratación por parte de las directivas de un técnico nacional que no pudo o no supo dirigir a un equipo que estaba derrotado anímica y mentalmente.
Como en otras ocasiones, lamentamos tanto la eliminación como las circunstancias que impidieron la clasificación al Mundial. Pudiera decirse, como en eliminatorias pasadas, que no fue falta de talento, sino una conjunción de malas decisiones, tejemanejes turbios, falta de liderazgo de las directivas y falta de carácter y voluntad del técnico y los jugadores.
Sigue a El Espectador en WhatsAppPero lo más grave del asunto es que desde entonces nada ha cambiado. Ninguna de las directivas renunció tras el fracaso. Al técnico Reinaldo Rueda le rescindieron el contrato y meses después buscaron un sustituto, y ni uno solo de los directivos renunció tras la eliminación y el escándalo bochornoso (por decir lo menos) de la reventa ilegal de boletas a las eliminatorias, por la que fueron condenados y obligados a pagar una multa de más de $18.000 millones. Ni uno solo; claro, estamos en Colombia.
Estas son las circunstancias, escandalosas y reprensibles. Y a ellas, que no son pocas, viene a sumarse la falta de liderazgo de los señores de la Federación Colombiana de Fútbol para proponer, desde hace años, que se unieran en una sola las rondas eliminatorias de las Américas que hoy disputan la Conmebol y la Concacaf. Jugada política y estratégica que, quizás, ayudaría a que más países suramericanos asistieran al Mundial. Y ayudaría también a maquillar la falta de talento, de inteligencia y de organización —y hasta de decencia— de unas directivas que se han mostrado incapaces de pensar en grande el fútbol colombiano.