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Se habían ido exacerbando los ánimos de lado y lado, se habían ido subiendo la temperatura del debate, el furor de las acusaciones y el fragor de los improperios… hasta cuando, dos meses atrás, toda esa animadversión y toda esa malquerencia desembocó en un atentado a un senador de la República, en una plaza pública y en medio de su campaña presidencial.
Nadie se adjudicó el atentado ni, hasta la fecha, se han podido establecer los autores intelectuales del crimen. Pero ni siquiera esto es lo más grave, pues ya nada devolverá la vida de Miguel Uribe Turbay ni nada restañará las heridas y el dolor de toda su familia y de todo el país. Lo más grave de todo el asunto, me parece, es que continuaron las acusaciones de lado y lado, siguieron soliviantados los ánimos, y el asesinato, aleve y terrible, como todos, ni siquiera sirvió un ápice para lograr un alto en el camino y para invitar a la reflexión. Antes bien, se agudizó la polarización y se profundizaron la violencia política y verbal del debate público. Se enrostraron culpas, pero nunca se habló de perdón ni de reconciliación o tan siquiera de conciliación. Sirvió, sí, para que los demagogos de siempre y los oportunistas de turno intentaran sacar réditos políticos sin respetar el dolor de la familia y la memoria de la víctima.
Esperemos que el magnicidio —«Muerte violenta dada a persona muy importante por su cargo o poder», define el diccionario de la Academia— nos enseñe que la violencia nunca es el camino. Y que nos recuerde, una vez más en la historia política de Colombia, que las palabras y las arengas importan, y que su uso indebido y su exageración pueden llevar a la violencia física y a la muerte.
Que nos recuerde también, una vez más, que armar a la ciudadanía sólo trae más crímenes y más violencia, y que si por algo debe propender siempre el Estado es por el fortalecimiento de sus instituciones y por procurar la consolidación del monopolio legítimo de las armas. Que nos enseñe también, de nuevo, que hay que lograr en este país desarmar el discurso político y desarmar todos los corazones, tan cargados hoy de odio y de rencor.
juandavidzuloaga@yahoo.com
