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Sin duda causa consternación el desorden en el que se ha visto sumido el país en las últimas semanas. Las protestas y las marchas son continuación de las que se estaban llevando a cabo en el año 2019 y a las que el encierro obligatorio de la ciudadanía por causa de la pandemia puso entre paréntesis.
No obstante, ese desorden no es causa, es consecuencia; no es síntoma, es expresión de un desorden más antiguo y generalizado que proviene de un hecho fundamental de nuestro tiempo: hay personas desempeñando cargos, trabajos y ocupaciones para los cuales no resultan competentes en punto alguno. La suposición moderna, pues, de que cualquiera es apto para desempeñar cualquier labor. Ese es, amigos, el verdadero desorden social.
En las sociedades de antaño cada persona cumplía, según su inclinación, una función determinada de manera rigurosa y cabal. Y cada oficio era tan importante como los demás para el funcionamiento correcto del todo social. A ese desempeño que a cada quien le era propio y que era menester para el desarrollo armonioso de la comunidad se le llamó en tiempos de marras vocación.
Es la concepción de fondo sobre la que se asienta toda sociedad tradicional. Swadharma –enseña René Guénon en El reino de la cantidad y los signos de los tiempos– denominó la doctrina hindú al cumplimiento que cada ser hace de una actividad conforme a su propia esencia o naturaleza; vestigios de esta noción en Occidente los encontramos en la idea del Estado de Platón.
El orden provenía, entonces, de las aptitudes individuales que se cultivaban con esmero y se respetaban con escrupulosidad. La sensación generalizada de penuria e incompetencia que hoy vive el mundo proviene de la cantidad de personas que ocupan cargos que no merecen, es decir, para los cuales no son competentes.
Vemos, entonces, a saltimbanquis presidiendo gobiernos; a analfabetas fungiendo de profesores, a malabaristas ejerciendo de ministros, a opinadores, de politólogos; a influenciadores, de filósofos…
El fenómeno no es nuevo, aun si se ha acentuado en las últimas décadas. Ya el en siglo XVII lo denunciaba Baltasar Gracián en El criticón: «Digo que todo anda al revés y todo trocado de alto abaxo: los buenos ya valen poco y los muy buenos para nada, y los sin honra son honrados; los bestias hazen del hombre y los hombres hazen la bestia; el que tiene es tenido y el que no tiene es dexado; […] no caben en el mundo los que tienen más lugar y muchos hijos de algo valen nada; muchos por tener antojos no ven, y no se usan los usos; ya no nacen niños ni los moços bien criados; las que valen menos son buenas joyas y los más errados buenas lanças; veo unos desdichados antes de nacidos y otros venturosos después de muertos; hablan a dos luzes los que a escuras y todo a hora es a deshora».
Tras ello subyace la idea moderna de que cualquiera puede desarrollar cualquier tarea o desempeñar cualquier cargo; como si el oficio fuese exterior a la persona y no algo que le es propio, que lo constituye y lo conforma de manera esencial. Y así nos va.
@D_Zuloaga, atalaya.espectador@gmail.com