Consultando el diccionario aprendo que hay una voz filipina que denota el acto presidencial de mover a otro cargo a un político criticado en lugar de destituirlo: rigodón se llama tal acto.
Nos dice también el diccionario que la palabra es de origen francés, y en su primera acepción alude a una especie de contradanza. La voz tiene su origen en un tal Rigaud, maestro de baile parisino del siglo XVII, quien habría inventado dicho baile y en cuyo honor se acuñó el término.
Lo que más sorprende de todo el asunto, sin embargo, es que este gobierno, tan dado al acto, no haya popularizado también la palabra. Aunque es verdad que no ha sido práctica exclusiva del partido político al mando, sino manera común de administrar los cargos públicos en Colombia.
Pero el gobierno actual, no cabe duda, da buena cuenta de ello. El ministro que fracasa, el funcionario que prevarica, el burócrata que roba y el contratista que trafica influencias se atornilla en su cargo con la anuencia de la camarilla dirigente hasta que ésta lo castiga con un consulado o con otro cualquier cargo honorífico. Todo ello al vaivén de una contradanza promiscua en la que se cambia de puesto sin abandonar nunca el baile.
No es práctica exclusiva –decíamos– del gobierno de turno, también es proceder rutinario en ciertas empresas, y en los carteles y en las bandas de malhechores en donde reina la solidaridad interna, la ley del silencio frente a la maldad y la mirada comprensiva frente a la incompetencia de los pares.
Aunque tampoco se puede negar que el gobierno de turno ha abusado del recurso. Podrían aducirse muchos ejemplos, como el caso de quien tras censurar a un periodista de un canal público pasó a ser asesor de comunicaciones de la Presidencia de la República; como el caso de la que fuera primero jefe de gabinete del expresidente, luego ministra discutida y pasara a dirigir la Misión Permanente de Colombia ante la ONU en Ginebra; como el caso de una bachiller y tuitera, asesora del Centro Democrático, que luego fue nombrada cónsul, y un largo etcétera.
Y para no ir más lejos, nos enteramos de que el presidente de la República, con ánimo de seguir animando la comparsa, quiere ser embajador en los Estados Unidos y magistrado de la Corte Constitucional para seguir defendiendo el Estado de derecho.