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Son varios los problemas que aquejan al país: la violencia, el tráfico ilegal de drogas, la corrupción, el desempleo… Todos esos problemas son graves, pero quizás la mayoría de los colombianos coincidirían en afirmar que el problema principal de Colombia es la inseguridad. No poder vivir tranquilos.
La inseguridad se traduce en varios desórdenes al interior de una sociedad: infunde temor a la hora de abrir nuevos negocios, se vive con la desazón constante de padecer violencias sin número y sin medida, no nos permite habitar con tranquilidad los espacios de la ciudad y, en suma, tememos por nuestra vida y por nuestras pertenencias siempre que salimos de nuestras casas (y a veces aun estando en ellas).
Buen consenso sobre este problema de la inseguridad lo muestran los discursos de los aspirantes a la Alcaldía de la capital. Desde el lema de Carlos Fernando Galán (“Bogotá camina segura”), hasta los discursos de Diego Molano (exministro de Defensa) o de Jorge Luis Vargas, general en retiro de la Policía Nacional.
Coinciden en el diagnóstico, no coinciden, sin embargo, en la solución. Ni los candidatos ni los ciudadanos. Y ahí es donde se juega el destino de una sociedad o de un país: en la manera en que se resuelven o se pretenden resolver los problemas. Frente al hijo díscolo, pongamos por caso, hay padres que consideran que lo conveniente es darle fuete o rejo. Hay otros, en cambio, que consideran oportuno corregir, sí, sin violencia física, con el ánimo de enmendar los yerros y de formar, mediante el ejemplo o la educación, mejores personas.
Y lo mismo que ocurre en una familia se aprecia en un país o en una ciudad. Hay gobernantes (o aspirantes a gobernantes) que consideran que el único camino hacia la seguridad es mediante el fortalecimiento de la Policía y la construcción de cárceles para que los bandidos no circulen por la ciudad. Otros, más atinados, a mi juicio, consideran que la manera de evitar la inseguridad no es solo encarcelando a los delincuentes, sino educando a los niños y a los jóvenes para que obren bien. No se soluciona la cuestión solo con encarcelar a los delincuentes, sino educando a todos los ciudadanos y creando unas condiciones favorables y dignas para que en ese marco de respeto y de dignidad cada uno pueda desarrollar su proyecto de vida buena.
En esa disyuntiva, con sus gradaciones y sus matices, se mueven hoy los discursos de los candidatos a las alcaldías y a las gobernaciones del país. Que cada quien, entonces, escoja según su leal entender, su comprensión del mundo y de lo que es y debe ser una buena sociedad.
@D_Zuloaga, juandavidzuloaga@yahoo.com
