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El pueblo siempre tiene la culpa


Juan David Zuloaga D.

30 de mayo de 2024 - 12:05 a. m.

En estos días en que se ha manoseado tanto la palabra “pueblo”, vienen a la memoria episodios históricos en los que fue protagonista.

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Suelen aducirse las grandes revoluciones del pasado como hitos en los que el pueblo cumplió un papel preponderante para subvertir el orden previo con el ánimo de mejorar: la Revolución Francesa, la Revolución Bolchevique, el ascenso del Nacionalsocialismo al poder. Ya se sabe cómo terminó el asunto: un baño de sangre sin parangón y una degollina sin límites; la exacerbación del odio y de la violencia y el asesinato del pueblo por el pueblo, y para el pueblo, podrían añadir los profetas y los adalides de las causas populares.

Cuando ha pasado el estado febril que por momentos se adueña de ciertos países vienen los golpes de pecho, el “no puede ser posible”, el “yo no sabía” y el “la culpa no fue mía, yo estaba obedeciendo órdenes”, y vienen también los académicos y los teóricos de siempre, muy eruditos y muy respetables, a tratar de explicar cómo fue posible que tanto pueblo siguiera las ideas estultas de aquellos bandidos. Claro, pobres gentes, nos dicen, son zafios e ignorantes, son incultos y groseros, no saben comprender las dinámicas políticas ni los procesos históricos; son pueblo, concluyen con suficiencia.

Todas estas aseveraciones coinciden bastante bien con las explicaciones que intentaron darse sobre el ascenso del nazismo al Gobierno en Alemania en 1933 y sobre las repercusiones que este episodio lamentable tendría. Es la tesis, por ejemplo, de Seymour Martin Lipset, según la cual los nazis llegaron al poder gracias al apoyo de las clases medias bajas, conforme cita Matthew Lange en su estudio sobre violencia étnica Matar al otro. Pues resulta que todas estas preconcepciones sobre el presunto papel del pueblo en los destinos de las naciones han sido desmentidas por estudios posteriores más rigurosos. El propio Lange cita varias investigaciones (Detlef Muhlberger, Hans Mommsen, Richard Hamilton, Jürgen Falter) en las que muestra cómo, en realidad, las clases altas —y educadas—, las élites, se puede decir, estaban sobrerrepresentadas en el gobierno Nazi (en el partido Nacionalsocialista; en los gauletiers, los líderes de zona; en las SS, la policía política del Partido Nazi; en la Einsatzgruppen, la milicia puesta al servicio de la ‘solución final’) mientras las clases bajas estaban subrepresentadas.

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Esta cruda constatación histórica enseña entonces que “el pueblo” no es más que el refugio y la argucia de las élites y del establecimiento cuando necesitan un chivo expiatorio al que echarle la culpa siempre que sus osadías y sus irresponsabilidades se salen de su cauce y conducen al país al abismo o a la catástrofe. Muchas veces sin redención.

@D_Zuloaga

juandavidzuloaga@yahoo.com

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