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La sevicia es el acto de continuar hiriendo cuando la víctima no puede resistir el ataque.
¿Qué sentido puede tener la sevicia sino el de la complacencia en el mal y en la humillación del otro? Cuando sabe ganada la lucha cesa el depredador su ataque. Pero el ser humano –¿presa de la ira, del odio, de la enconada e injustificada maldad?– persiste en su ánimo destructor; insiste en su afán de hacer daño.
En el año 1974 la artista Marina Abramovic ideó un performance titulado Ritmo 0. Dispuso sobre una mesa un total de setenta y dos objetos para que durante seis horas los asistentes a la sala los utilizaran sobre ella –objeto, en este caso, de la obra en cuestión– como a bien lo tuvieran. Entre los objetos, cuyo orden había decidido la artista, se contaban: peinilla, látigo, pintura roja, tenedor, perfume, algodón, vino, pintura blanca, vela, pan, espejo, miel, clavos, rosa, libro, medalla, cuchillo de cocina, abrigo, martillo, alambre, uvas, flauta, romero, cuchilla de afeitar, bufanda, bala, periódico, revólver, manzana.
El papel de la artista se reducía a quedarse quieta. Durante las tres primeras horas el evento se desarrolló sin violencias ni contratiempos: se acercaban a ella, la besaban, jugaban con ella, le regalaban la rosa, la observaban. Poco a poco el espectáculo ganó en intensidad; en terrible intensidad: le cortaron el cuello; bebieron su sangre; la cargaron por el salón; la acostaron sobre la mesa; clavaron el cuchillo entre sus piernas, cerca de su vagina; cargaron la pistola con la bala y la pusieron en su mano, la incitaron a que disparara (el dueño de la galería arrojó el arma por la ventana); cortaron su ropa con las tijeras, laceraron su cuerpo con las espinas de la rosa como a un Cristo contemporáneo…
Tras seis horas de acción ininterrumpida, en la que los asistentes a la escena hicieron lo que quisieron con el cuerpo y con el ánimo de Marina Abramovic, el dueño de la galería anunció que la función había terminado. Recobrado que hubo su voluntad la artista, comenzó a moverse, se levantó, volvió en sí o se adueñó de nuevo de sí misma, pues hasta entonces había sido objeto de la obra y marioneta del espectáculo… y he aquí que todos los asistentes emprendieron vergonzosa y cobarde huida. No pudieron confrontar a la persona a la que hasta hace un instante ofendían, vilipendiaban, mancillaban y herían sin piedad.
En defensa nuestra diré que no eran colombianos quienes así actuaban; eran, sí, humanos, demasiado humanos. La hirieron con sevicia y sin compasión, y todo por haberse mostrado vulnerable frente a sus congéneres.
@D_Zuloaga, atalaya.espectador@gmail.com
