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Las dinámicas del odio

Juan David Zuloaga D.

18 de septiembre de 2025 - 12:05 a. m.

En un capítulo de Las raíces del mal, ensayo de John Kekes, profesor en la Universidad de Albany en Nueva York, se estudia el caso de la dictadura argentina de mil novecientos setenta y seis. Se pregunta el autor cómo fue posible que los militares, un estamento legal del Estado, hayan recurrido a todos los excesos y a todos los medios, lícitos e ilícitos, para llegar al poder y para perpetuarse en él.

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Explica John Kekes que las fuerzas políticas que competían por el poder no eran partidos o clases, sino grupos, y que las fuerzas armadas eran uno de ellos. Estos grupos organizaban alianzas temporales y fluctuantes, luchaban por sus propios intereses y hacían lo que podían para impedir que otros grupos se enseñorearan del poder. Cada grupo tenía una idea de Nación, y desaprobaba la forma de vida y las concepciones de los otros. El otro era el enemigo, el oponente a vencer. La política se convirtió en un estado de guerra permanente en el que los otros grupos no tenían cabida ni podían tenerla. Esta tensión constante y esta oposición perpetua, que se valía de todos los medios posibles, generaron una atmósfera de desconfianza generalizada. Kekes cita un estudio de Mark J. Osiel (Mass Atrocity. Ordinary Evil, and Hannah Arendt), quien sostiene que en aquel entonces cualquier argumento contra la violencia era considerado poco menos que una traición a la causa del país, y que grandes sectores de la opinión pública llegaron a aprobar o a consentir el uso rutinario de medios extralegales en la vida política, tanto en la izquierda como en la derecha.

Se trataba, nos dice Kekes, de una cuestión de honor. Este enfrentamiento incesante llevó a que se vivieran los desacuerdos políticos como ataques al honor; se valoró más la pertenencia a un grupo que la vida de las personas; se enfrentaron los grupos entre ellos y, como consecuencia, se hizo imposible la tolerancia, la concordia y la moderación. Todo intento de acuerdo se tramitó por medio del tamiz maniqueísta del bien y del mal.

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El capítulo del libro de Kekes lleva el título muy elocuente de Perversidad en los altos niveles, y narra las crueldades y los excesos de lo ocurrido durante la dictadura. Lo inquietante del asunto, sin embargo, es que, bien leída la situación, el episodio narra no sólo un estudio de caso, sino una lógica del actuar político cuando se agudiza la polarización y cuando se cree que la aniquilación del otro es el único medio válido y eficiente para regular la vida en sociedad. Lo inquietante, amigos, es que leyendo el capítulo en cuestión me sentía viendo, página por página, el triste recorrido de la política colombiana y del futuro nacional.

@D_Zuloaga

juandavidzuloaga@yahoo.com

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