Decía García Márquez que no hay nada más viejo que un periódico de ayer. Nos habla este apotegma —feliz, como solían ser los suyos— del paso acelerado e ineluctable del tiempo, del devenir incesante de los acontecimientos en el mundo, de los avatares sin tregua que pueblan el universo. Y nos habla bien.
Pero he aquí que hay otra cara de los periódicos que hace que nunca envejezcan. Porque, más allá del paso ineluctable del tiempo, del devenir incesante de los acontecimientos en el mundo, de los avatares sin tregua que pueblan el universo, hay algo que permanece y perdura.
No puede estar libre de nostalgia esa labor de archivo que de manera involuntaria realiza todo aquel que, por una razón u otra, se vuelca a leer periódicos viejos, los periódicos de ayer, del ayer. Empleo aquí la palabra nostalgia en varias acepciones, incluida la de su etimología, el “dolor del regreso”. Porque asomarse a esas páginas que narran el diario y minucioso acontecer de lo que ha sido en el mundo es también una manera de leer el presente. Y no sólo porque conocer el pasado nos permite comprender el presente, no sólo porque esos acontecimientos del ayer moldean el hoy y el decurso de lo que habrá de venir, sino porque leer el pasado es en muchas ocasiones, tristemente, leer también el presente y en él —en lo que pasó— reconocerse y hasta identificarse.
Quizás llegue el día en el que las primeras planas de los diarios no las manchen las guerras del momento, las masacres de ayer, los escándalos de corrupción que avergüenzan e indignan. Quizás llegue el día en el que el presente abra un horizonte de acción distinto para toda la humanidad. Quizás llegue el día en el que el hombre no sea lobo para el hombre. Quizás llegue el día en el que no tenga el hombre que avergonzarse de ser hombre y comprenda que en paz y en compañía la tarea de vivir es menos dura.
Pero mientras esto ocurre estarán allí las hemerotecas de las naciones repletas de las noticias que hablan con verdad de la naturaleza humana, de su iniquidad y de su torpeza, de sus desmanes y de sus violencias, de su sevicia y de sus odios, de sus mezquindades y de sus tristezas…
Y a veces también de su generosidad y de su grandeza. Pero mientras ellas —generosidad, altruismo y grandeza— se hacen moda —empleo el término también en su sentido estadístico— tendremos que seguir trabajando con denodado esfuerzo para educar en el amor, en la entrega y en la compasión. Así tal vez llegue el día en el que los periódicos de ayer no sean retratos del diario transcurrir, y así tal vez llegue el día en el que las noticias de ayer no sean espejo y recuento de lo que acontece hoy.