No deja de ser inquietante el oficio del militar: aguardar a que haya una guerra. Esperar a que dos pueblos se enemisten para mostrar, ahí sí, la utilidad de su labor.
Un oficio terrible en el que la valía se mide por el número de asesinatos del bando enemigo, por salir indemne de la batalla, por no perecer en medio del combate y de la unánime conflagración.
En un libro de Konstantin Simonov que terminé de leer hace unos días –De los vivos y los muertos–, el general felicita a uno de sus subalternos y se dirige a él con estas palabras: «—Karaulov, me alegro mucho de poderlo condecorar precisamente a usted –dijo el general–. Seis años, la mitad de su tiempo de servicio, hemos servido juntos y año tras año hemos estado esperando que viniera una guerra. Y ahora es usted ya oficial y con una condecoración en el pecho. Me alegro mucho por mi división».
Resume bien este pasaje la disciplina militar y el espíritu castrense: esperar la guerra para matar al otro. Resulta triste que, dadas las circunstancias del mundo y su historia cruel, tengan aún que defenderse unos pueblos de otros y matarse unos soldados entre sí. En otra ocasión hablé de Underground, película genial de Emir Kusturica que narra la tragedia de Yugoslavia en dos horas y media. En cierto momento, uno de los personajes principales de la película le espeta a otro, al que había sido su mejor amigo, su camarada, su hermano y quien por causa de las vicisitudes de la guerra termina militando en el bando contrario: «Ninguna guerra es una guerra verdadera sino hasta cuando un hermano mata a otro hermano».
Y sin embargo, yo declaro que toda guerra es fraterna, pues todos somos hermanos. Hablar una lengua distinta o vestir prendas diferentes; intentar organizar un pueblo de una manera u otra; defender unas fronteras, siempre arbitrarias, no debieran ser motivos para matar a otro ser humano, no debiera ser pretexto para acabar con una vida, con muchas almas.
Mucho se habla hoy del progreso, pero yo declaro que ni un ápice ha progresado la humanidad mientras un hombre mate o tenga que matar a otro hombre. Y en Colombia todavía quieren que esa barbarie y ese adiestramiento para la muerte sean obligatorios.