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Sobre el suicidio

Juan David Zuloaga D.

17 de abril de 2025 - 12:00 a. m.

Decía Albert Camus en El mito de Sísifo que el único problema filosófico verdaderamente serio es el del suicidio. Quizá no sea el único, pero sin duda es el más decisivo. ¿Por qué se empeña alguien en atentar contra la propia vida?

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Cada día libramos una lucha por otorgarles un sentido a la existencia y al mundo que nos rodea. En ocasiones ese sentido se da por descontado, pero no porque falte la pregunta, sino porque se acalla con el engranaje de una rutina bien sedimentada. En cualquier caso, estamos —todos lo estamos— en esa ardua tarea de ganarnos la vida, y no sólo el pan, es decir, en la labor de prodigarle un sentido a la existencia, darle un horizonte, encontrar un camino; sólo que en ocasiones se escamotea la pregunta. ¿Por qué, frente a esa tarea del vivir, algunos claudican?

Hay momentos en los cuales nada valen las ilusiones, momentos en los que todas las promesas se muestran vanas y cada actividad emprendida se nos antoja carente de propósito y de color. Nada despierta nuestro entusiasmo, nada interpela nuestros sentidos. Tras recorridos largos y solitarios por las simas de la desesperación, tras haber golpeado sin respuesta, sin consuelo y sin auxilio todas las puertas que creíamos a nuestro alcance, entonces la persona está lista para el suicidio y cualquier incidente sirve ya de detonante para quitarse la vida.

Hay que haber transitado triste y solitariamente todos los caminos conocidos, hay que haber sentido la negativa de manos amigas, los rechazos de quienes creíamos al alcance para tomar esa decisión que no conoce matices ni retorno. Una pena inmensa embarga el espíritu, se obnubila todo el presente y todo el futuro, y pesa más, para el corazón que sufre, aquel escenario desolador que todas las promesas del porvenir. El mundo nos avasalla y ya no tenemos recursos vitales para enfrentarlo, nos dejamos ahogar por la avalancha que viene con cada despertar y somos incapaces de sobreponernos a las circunstancias de la existencia, a los contratiempos y a los afanes del diario vivir, ya no podemos dejar una impronta en el mundo; todo se vuelve un dejarse ahogar por la marea de los días, por sus desdichas, por sus durezas y por sus sobresaltos. Para el suicida, su pena y su desesperanza son la única realidad, y a su dolor y a su desesperación se aferra…

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Se suele pensar que quien se suicida desprecia el mundo, sus deleites y sus bellezas. Pero no es menos cierto lo contrario: al suicida el mundo lo desdeñó y ya no tenía a qué aferrarse, ya nada le quedaba, sino su postración y su gran soledad.

Nota del editor: En este enlace se pueden encontrar líneas de atención gratuita para casos de salud mental e ideación suicida en cada departamento del país.

@D_Zuloaga

juandavidzuloaga@yahoo.com

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