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Al comienzo de El alba, la segunda parte de la Trilogía sobre la noche de Elie Wiesel, el personaje principal de la novela sostiene que cometerá un asesinato al día siguiente, y a continuación afirma: «No conocía a ese hombre. Para mí no tenía todavía rostro ni existencia bien definidos. Nada sabía de él. No sabía si se rascaba la nariz al comer, si hablaba o callaba cuando hacía el amor, si le gustaba odiar, si engañaba a su mujer, a su Dios, o a su porvenir. Lo único que sabía es que era inglés; que era mi enemigo. Y eso, ¿quién lo sabía?» (las cursivas son mías).
Narra la novela el asesinato que tendrá lugar al día siguiente por uno de los militantes de la resistencia en contra de la ocupación británica, en represalia de los homicidios perpetrados por parte del gobierno invasor. Nos cuenta Wiesel —quien obtuvo en Premio Nobel de la Paz en el año 1986 por su testimonio fiel y certero sobre los hechos dolorosos y crudelísimos vividos en los campos de concentración en tiempos del régimen Nacionalsocialista— de los recelos y de los dilemas éticos del personaje. Todos sus padecimientos se narran con maestría y con descarnada sinceridad en la primera parte de la trilogía sobre el holocausto, titulada La noche. Elisha, el personaje principal, comparte con el lector sus temores, sus dudas, los remordimientos que le producirá saber que ahora él, en esta segunda parte de la trilogía, es el verdugo y que, por una razón política, que quizás puede ser excesiva o equivocada, debe matar a un hombre inocente; inocente como los millones que perecieron por causa de un régimen injusto y atroz durante la Segunda Guerra Mundial. Confiesa Elisha atormentado: «Me obsesionaban tantas preguntas. ¿Dónde se encuentra a Dios? ¿En el sufrimiento o en su negación? ¿Cuándo es humano un hombre? ¿Diciendo sí o gritando no? ¿A dónde conduce el sufrimiento al hombre? ¿A la pureza o a la bestialidad?».
Más allá de la impersonalidad que en muchos sentidos requiere la figura del enemigo, en donde se suele magnificar su maldad, tergiversar su condición y exagerar sus defectos, me causa consternación la cita de Wiesel porque por primera vez en mi vida, ya mediado el camino de mi existencia, me percato de que cabe la posibilidad de que a alguien en el mundo le guste odiar.
Nos explica el fenomenólogo Aurel Kolnai —filósofo judío nacido en Hungría, y quien, como Elie Wiesel, también habría de padecer las durezas del Nazismo— que el odio es una relación más bilateral que el amor. El amor, nos dice, no necesita ser correspondido, mientras que el odio resulta absurdo en un plano en el que nunca pudiera ser correspondido. El odio tiende a la aniquilación de su objeto. Elisha sostiene que él no odiaba a aquel a quien debía asesinar, que hubiera querido odiarlo, pues eso hubiera simplificado su tarea. El odio lo justifica todo, dijo.
Hasta el momento, nunca se me había ocurrido que a alguien le gustara odiar, como se lee en pasaje citado, pero basta pensar un poco en los sentimientos hostiles —envidia, soberbia, egoísmo, resentimiento, avaricia, odio— para constatar que todo aquel que los padece —y hay también quien los cultiva— se regodea en ellos y en ellos encuentra gusto, sentido y plenitud.
juandavidzuloaga@yahoo.com
