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Una nota sobre las letras húngaras

Juan David Zuloaga D.

16 de octubre de 2025 - 12:03 a. m.

La semana pasada se anunció la concesión del Premio Nobel de Literatura a László Krasznahorkai. Autor de más de una decena de novelas, sus libros han sido traducidos al español por Adan Kovacsics (escritor sutil y cultísimo de ascendencia magiar, traductor exquisito y riguroso de las lenguas alemana y húngara) y publicados por la editorial El Acantilado. En su faceta como guionista Krasznahorkai ha hecho la adaptación de dos de sus novelas llevadas al cine por el director Béla Tarr.

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Desde hace décadas la tradición cultural de este singular país centroeuropeo ha dejado de ser un secreto para los lectores hispanohablantes. En el ámbito de las ciencias humanas y de la filosofía vienen a la memoria los tratados de Sándor Ferenczi, colega y contemporáneo de Sigmund Freud; los escritos del fenomenólogo Aurel Kolnai (Asco, soberbia, odio: Fenomenología de los sentimientos hostiles) y los libros de László Foldényi. Autor de un ensayo sobre Francisco de Goya (Goya y el abismo del alma) y de Dostoievski lee a Hegel en Siberia y rompe a llorar, además de su magistral y soberbio ensayo sobre la melancolía, también traducido por Kovacsics, tema sobre el que volvió el autor hace poco con su libro Elogio de la melancolía (publicados por Galaxia Gutenberg).

De la dimensión literaria de Hungría da cuenta el hecho de que en poco más de un par de décadas haya recibido su literatura dos veces el Premio Nobel, en 2002 Imre Kertész y este año Krasznahorkai. Denunciando, cada uno a su manera, el totalitarismo y los excesos del poder. Kertész con Fiasco y Sin destino, y Krasznahorkai con Melancolía de la resistencia y Guerra y guerra.

Desde hace décadas nos fue dada a conocer la rica tradición literaria húngara primero con las novelas de Lajos Zilahy (Vida serena) o de Desző Kosztolányi (Alondra); luego las miradas del mundo literario se volcaron a Hungría cuando se redescubrió la obra límpida y admirable de Sándor Márai —escritor, valga decir, tan poco apreciado en su propio país—, traducidas todas por Judith Xantus; junto con Kovacsics, otra de las grandes divulgadoras de la tradición húngara en nuestro medio. Vendrían también hacia finales del siglo pasado y comienzos de este las traducciones de las novelas de Péter Nádas (La propia muerte) y de Antal Szerb, autor de esa novela luminosa y memorable titulada El viajero bajo el resplandor de la luna. A esta lista de escritores hay que sumar los nombres de Péter Hajnóczy (La muerte salió cabalgando de Persia), Péter Esterházy (Sin arte) o de Béla Hamvas (La filosofía del vino).

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Siguen, pues, apareciendo en nuestro medio voces y autores gracias a la labor editorial y traductora de un grupo de eruditos y de casas editoriales comprometidos con dar a conocer la cultura y los valores de una tradición que, pese a su lejanía lingüística (el húngaro no proviene del indoeuropeo), también es la nuestra, no sólo porque han coadyuvado a nutrir la tradición occidental, sino porque las obras de sus mejores autores son miradas lúcidas y honestas al hecho siempre inacabado de lo humano.

@D_Zuloaga

juandavidzuloaga@yahoo.com

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