Publicidad

Atalaya

Volver a los libros

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Juan David Zuloaga D.
02 de febrero de 2023 - 05:02 a. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Según una medición citada en el Smithsonian Magazine, cerca de la mitad de los artículos académicos de las revistas especializadas no los leen más que los autores, los revisores y los editores de las revistas en los que se publican. Alrededor del 90 % de los textos nunca se citan, y de éstos tan sólo el 20 % los lee alguien. En promedio, tan sólo diez personas leen un artículo académico*.

La cifra parece sorprendente, pero lo cierto es que el mundo de la academia no se percata de ella. Un estudiante nunca lee un artículo académico, salvo que un profesor lo asigne como lectura obligatoria. Los profesores suelen asignar pasajes o capítulos de libros, y tampoco ellos suelen leer este tipo de artículos. Bastaría hacer un pequeño sondeo en las universidades colombianas para constatar que al cabo de un semestre o de un año son muy pocos los artículos que leyó un profesor. ¿Entonces por qué se siguen publicando?

Durante la primera mitad del siglo XX las revistas especializadas eran pocas y pertenecían a las universidades más prestigiosas del mundo. Cuando un profesor publicaba un artículo llamaba la atención de la comunidad académica con el ánimo de discutir alguna idea o algún avance de una tesis. De este modo, durante la gestación de un libro, proponía una hipótesis a discutir con sus pares. Publicaba un artículo que servía para alimentar el campo de investigación y para nutrir el debate. De la discusión honesta y ponderada de los textos y de las ideas resultaba, al cabo de años de investigaciones sesudas y juiciosas, un libro. Una obra que recogía años pacientes de la labor de un maestro.

Con el paso del tiempo, sin embargo, se invirtió la lógica del asunto: ya no se publicaba un artículo cuando la investigación o la reflexión lo reclamaban, sino que se inventaba una investigación o un problema para publicar un artículo. Pronto pasaron las universidades a exigirles a sus profesores que publicasen un número determinado de textos al cabo de un período dado (cada quinquenio, cada bienio, cada quincena…). No pudiendo satisfacer la nueva necesidad que de este modo se fraguó aparecieron revistas académicas por doquier; de distintas calidades y naturalezas.

Y así, perversión tras perversión, a este punto hemos llegado: a la publicación sin número y sin calidad de textos mal escritos, generalmente redactados de prisa, con ideas acaloradas o sin apenas ideas; resúmenes de clase, más o menos groseros o más o menos insignificantes, que los profesores universitarios, engullidos por la burocracia que hoy carcome las universidades, se ven obligados a publicar para cumplir con los nuevos baremos de las instituciones y con los ritmos vertiginosos que la academia ha terminado por imponerles. Por eso nadie lee los artículo académicos; o bueno, sólo los revisores y los colegas.

¿No sería tiempo –y perdón por la pregunta retórica– de volver a la publicación de libros? De esos libros pacientes y honestos que recogían los resultados de años de investigación y de trabajo…

juandavidzuloaga@yahoo.com

@D_Zuloaga


*Rose Eveleth. Los académicos escriben artículos sobre cuánta gente lee (y cita) sus artículos. Smithsonian Magazine. El estudio citado es del año 2007, el artículo del año 2014. Nada nos permite suponer que la situación ha cambiado para bien.

Conoce más

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.