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Atalaya

Explicarlo todo

Juan David Zuloaga D.
03 de septiembre de 2020 - 05:00 a. m.

Cuando comenzó la cuarentena, en Colombia y en otros países, aparecieron con ella ciertos artículos de prensa provenientes de periódicos y portales de noticias de todo género en los que se consolaba a quienes, cumpliendo las normas del encierro, habían encontrado en él refugio y reposo.

Para nadie es un secreto que tímidos e introvertidos encontraron serenidad en este encierro obligatorio que de antemano los excusaba frente a las reuniones sociales y que les minimizaba el trato con los demás. Pero no sólo a ellos: también los espíritus más dados a la quietud y al recogimiento, a la lectura o la meditación encontraron en la cuarentena que decretaron los Estados un amparo a su forma de vida.

Y no veo en ello nada de escandaloso ni de extraordinario. Lo que de verdad me pareció sorprendente fue la serie de artículos que, provenientes de distintos rincones del mundo, vinieron en presunta ayuda de los huraños a dar cuenta y, sobre todo, a justificar la tranquilidad que estos espíritus ganaban (o, al menos, las explicaciones que, de cara al público, habían comenzado a ahorrarse).

Resulta evidente que para tales gentes lo cómodo y lo natural era permanecer en casa, mientras lo que a sí mismos debían explicarse (o intentar descifrar) era la costumbre –la manía, dirían ellos desde su propia perspectiva– de salir con tanta frecuencia de la casa para congregarse en multitudes, aún en los momentos de reposo. Y para ciertos seres más de tres personas ya son multitud.

Allá en su resguardo se sentían cómodos y se sentían bien. De manera que no hubieran podido entender todos esos artículos que con el encierro surgieron y que llevaban títulos del siguiente tenor: ¿Te sientes contento durante la cuarentena?: No debes sentir culpa.

Claro que no sentían culpa. Puesto que se sentían bien, y se sentían contentos. De modo que por qué habrían de justificarlo. No hace falta.

Lo que me inquieta de todo esto, sin embargo, es la judicialización del mundo de la vida que así se pone de relieve (muchas aristas de este fenómeno las ha estudiado Luis Sáez Rueda en su obra); un fenómeno nuevo según el cual, al parecer, todo debe ser hecho y seguido según un expediente, como en un triste libro de contabilidad. La novísima manía –esta sí– de tener que dar cuenta precisa y sobrada justificación de cada uno de los actos de la vida. Quizás es vicio que nos proviene de cierto racionalismo reciente. Y digo que es vicio porque muchas de las decisiones que tomamos a lo largo del camino de la vida y muchas de nuestras felicidades son como la rosa: sin porqué. El cuerpo y el alma así lo reclaman, y en consecuencia se obra.

Curioso entonces que, en los tiempos que corren, tengamos que explicarlo todo, decisiones y felicidad incluidas, y que de todo tengamos que buscar causa, respuesta y justificación, hasta de las ganas de quedarse en la puta casa.

@D_Zuloaga, atalaya.espectador@gmail.com

 

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