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Cuando se alinean los astros


Juan Diego Soler

07 de junio de 2024 - 12:05 a. m.

Esta semana, alrededor de una hora antes del amanecer, es posible ver un fenómeno celeste que está alimentando especulaciones de varios calibres en las redes sociales. Antes de que despunte el día, Júpiter, Mercurio, Marte y Saturno aparecerán alineados en el cielo formando, más o menos, una línea recta. A esa alineación se suman Neptuno y Urano, aunque no son visibles sin un telescopio. ¿Qué significa este desfile planetario para su destino y el de la humanidad?

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Al observar el cielo periódicamente, los humanos en diversos lugares de la Tierra y en distintos momentos de la historia notaron lo mismo que hoy se puede confirmar con algo de paciencia: no todos los puntos brillantes en el cielo nocturno se mueven de la misma forma. Hay algunos que aparecen en la misma posición en el firmamento formando el telón que se mueve de oriente a occidente con el transcurrir de la noche. En la Antigüedad se les llamó “estrellas fijas” y usted a lo mejor conoce varias de ellas porque se usan para definir las constelaciones. Hay otros puntos brillantes que no siguen la ruta de las estrellas fijas e incluso a veces parecen moverse en la dirección contraria a ellas. En la antigua Grecia les llamaban planetes asteres (estrellas errantes), de donde heredamos la palabra “planeta”.

Los anillos de Saturno, la mancha roja de Júpiter y los aparentes canales en la roja superficie de Marte son imágenes modernas de los planetas. Durante la mayor parte de la historia humana los planetas no eran más que esos puntos brillantes que se movían respecto a las estrellas fijas. Los registros más antiguos de su posición en el firmamento datan de hace más de 2.700 años. Están en las tablillas Enuma Anu Enlil, unas 70 piezas de arcilla del tamaño de un teléfono inteligente encontradas a finales del siglo XIX en las excavaciones de la antigua ciudad de Nínive (Nineveh), en el norte de Irak. En ellas están consignados una serie de presagios y su relación con fenómenos celestes, incluidos los movimientos de los planetas Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno, los únicos conocidos hasta la invención del telescopio.

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Quienes observaban el cielo en la antigua Mesopotamia estudiaban los cuerpos celestes con el fin de adivinar la voluntad de los dioses para toda la humanidad. A diferencia de otros sistemas de adivinación antiguos, la observación de los astros no dependía de acontecimientos aleatorios, como la lectura del vuelo de los pájaros o de las hojas de té. Los cuerpos celestes tienen ciclos. Al intentar encontrar la relación entre esos ciclos y la vida de los humanos surgió lo que conocemos como astrología.

La historia ha demostrado que la astrología tiene un poder predictivo muy limitado. Al igual que el creacionismo, la homeopatía, la fotografía Kirlian, la radiestesia y la ufología, pretende ser una práctica científica basada en observaciones, pero es incompatible con el método científico. Ha sobrevivido hasta nuestros días usando la confianza en el sesgo de confirmación de quienes creen en sus predicciones.

Si usted cree que la alineación de los planetas tendrá un efecto en su vida, seguramente lo encontrará. Si usted cree que el desfile planetario es un punto de inflexión en la historia mundial, una ojeada a las noticias lo reafirmará en su convicción. Le parecerá que poco tiene que ver que el sistema solar sea plano como una arepa proyectándose siempre como una línea en el cielo. No importa que las alineaciones planetarias sean un fenómeno más bien común y que hayamos tenido cinco durante el 2023. Le parecerá que la ciencia es arrogante por demostrar que los humanos no vivimos en un ciclo que estamos condenados a repetir. Pero eso tiene sin cuidado a los grandes cuerpos que giran alrededor del Sol, a ellos sí que no les importa nada nuestro destino.

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Por Juan Diego Soler

Doctor en Astronomía y Astrofísica en la Universidad de Toronto, Canadá. Investigador científico del Instituto de Astrofísica Espacial y Planetología en Roma, Italia. Autor de los libros “Relatos del confín del mundo (y el universo)” y “Lejos de casa”. Escribe sobre ciencia para El Espectador desde 2011.
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