Provocar al público mediante la presunta amenaza de colisión con asteroides o promesas fraudulentas sobre extraterrestres. Dos fórmulas sencillas para generar los clics con los que los medios de comunicación justifican su existencia ante sus anunciantes e inversores. El avistamiento de 3I/ATLAS, el tercer objeto ajeno al Sistema Solar descubierto en la vecindad del Sol, conjuga ambas historias. Pero aún no parecen contarnos si los extraterrestres vienen o no.
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En octubre de 2017, el telescopio robótico Pan-STARRS del Observatorio Haleakalā, en Hawái, descubrió un objeto a unos 33 millones de kilómetros de la Tierra. Se alejaba del Sol demasiado rápido como para que su fuerza gravitatoria lo mantuviera confinado al Sistema Solar. Oumuamua, como después fue bautizado, se convirtió en el primer objeto interestelar catalogado, muy probablemente uno de los millones de fragmentos expulsados por los sistemas solares en formación en otros lugares de nuestra galaxia. Menos de un mes después, un profesor de la Universidad de Harvard afirmó que se trataba de una vela solar extraterrestre. Un par de años más tarde, observaciones con el Telescopio James Clerk Maxwell (JCMT), en Hawái, y el Atacama Large Millimeter/submillimeter Array (ALMA), en Chile, revelaron la presencia de fosfina en la atmósfera de Venus. El profesor no tardó en especular sobre la masa de seres vivos capaces de generar ese gas y afirmó que las presuntas bacterias podrían ser transportadas por meteoritos desde Venus hasta la Tierra.
En 2023, el mismo profesor ganó notoriedad al sugerir que el meteorito CNEOS 2014-01-08, detectado por el Comando Espacial de Estados Unidos durante su entrada en la atmósfera terrestre, procedía de fuera del sistema solar. A través de su Proyecto Galileo, financió una expedición a la costa noreste de Papúa Nueva Guinea para recuperar del fondo del océano el material presuntamente interestelar del meteoro, que podría corresponder a restos de una nave espacial extraterrestre. El profesor y sus colaboradores reportaron el hallazgo de fragmentos metálicos cuya composición indicaba una edad superior a la del Sistema Solar, aunque la comunidad científica ya había señalado que las propiedades supuestamente anómalas de la trayectoria del meteorito se debían a errores de medición y que muy probablemente los fragmentos recuperados no correspondían a sus restos. Se configuraba un patrón: cada hallazgo de notoriedad en el Sistema Solar era seguido de especulaciones sobre su origen extraterrestre. Más que una noticia, la reacción de ese profesor ante la aparición de 3I/ATLAS era otro capítulo de una saga tan refrita como las de Marvel.
Hace algunos días, NASA publicó nuevas imágenes de 3I/ATLAS obtenidas por varios observatorios, incluidos los telescopios espaciales Hubble y James Webb. Durante una rueda de prensa, Amit Kshatriya, administrador asociado, desmintió cualquier amenaza de colisión con la Tierra y se refirió a las especulaciones sobre la naturaleza del objeto. “Tiene el aspecto y el comportamiento de un cometa, y todas las pruebas apuntan a que se trata de un cometa”. Chris Lintott, astrofísico de la Universidad de Oxford, lo explicó más sucintamente: “Parece estar compuesto por el mismo tipo de materia que vemos en los cometas de nuestro sistema solar (…) la idea de que 3I/ATLAS podría ser una nave espacial extraterrestre es simplemente una tontería. No hay nada que sugiera tal cosa, y sería lo mismo que argumentar que la Luna está hecha de queso”.
“La Luna está hecha de queso” ¿Cuánto duraría ese titular en nuestros días? No le faltarían defensores que condenarían la falta de imaginación de los científicos. “#LunaQuesoONoQueso es tendencia”, repetiría la radio o la televisión. No faltarían invitados para defender con vehemencia ambas posiciones y el valor cultural de esa idea. Y generaría clics y discusiones extensas hasta que el tema fuera desplazado por otro. ¿Cuántos se preguntarían quién está fijando el foco de la discusión y cómo es que nos siguen bajando del monte con espejos?