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Un viernes por la noche, en una localidad argentina en la zona norte del área metropolitana conocida como Gran Buenos Aires, cuatro amigos se reúnen para jugar a las cartas. De repente, en medio de la partida, todas las luces se apagan en lo que parece un corte de electricidad. Sobre las calles oscuras y silenciosas empieza a caer una nieve tóxica que mata inmediatamente a quien la toca. Para ellos es el fin del mundo como lo han conocido. Para sus lectores, es el inicio de un clásico de la novela gráfica y una joya de la ciencia ficción latinoamericana, El Eternauta, hoy convertida en una potente miniserie para televisión.
La idea de una amenaza mortal desconocida que aguarda en el exterior parece menos abstracta después de que nos cayera encima la pandemia causada por el virus SARS-CoV-2, declarada como emergencia sanitaria internacional por la Organización Mundial de la Salud el 30 de enero de 2020. Sin embargo, El Eternauta apareció por primera vez medio siglo antes, entre 1957 y 1959, publicada por segmentos en el Suplemento semanal Hora Cero con el guión del geólogo Héctor Germán Oesterheld y las ilustraciones del dibujante Francisco Solano López. Oesterheld había abandonado su profesión para dedicarse a la escritura, inicialmente en relatos infantiles y de divulgación científica, pero luego en cuentos de ciencia ficción y guiones para historietas.
Los personajes de El Eternauta sobreviven encerrándose en su casa y luego construyendo trajes protectores caseros para aventurarse en busca de alimentos y finalmente intentar escapar de la ciudad. A diferencia de otros héroes como Batman o Superman, que aparecieron a finales de la década de 1930, los héroes en esta historia no son individuos con habilidades excepcionales sino un grupo de personas comunes enfrentadas a situaciones extraordinarias, como las que vivió el creador de la historia. En el período en que se publicó la primera parte de El Eternauta, Argentina pasó de la dictadura cívico-militar que sucedió al derrocado Juan Domingo Perón a un inestable gobierno democrático. Para cuando Oesterheld completaba la segunda parte, en 1976, el país estaba bajo el mandato de otra dictadura aún más agresiva, una que lo empujó a la clandestinidad y luego sumó al autor y a su familia a la numerosa lista de secuestrados y desaparecidos en centros de detención.
El Eternauta de Netflix actualiza el relato con referencias contemporáneas, como el trauma de un veterano de la Guerra de las Malvinas, la situación de los migrantes venezolanos o la inutilidad de los sistemas de comunicación modernos en caso de una verdadera emergencia. ¿Se ha preguntado alguna vez cómo se comunicará con su familia cuando las redes de telefonía celular queden inutilizadas tras un sismo, como a los que está expuesto la mayor parte del territorio colombiano, o un apagón general, como el que hace poco dejó a oscuras a España, Portugal y el sur de Francia? La serie resalta además la lección que debería haber sido evidente tras la pandemia: en este mundo nadie se salva solo.
Algunos años después de que la emergencia causada por el SARS-CoV-2 haya sido mitigada por vacunas desarrolladas en tiempo record y distribuidas por acuerdos internacionales excepcionales, seguimos sumidos en la ignorancia y la insolidaridad. Celebridades con más voz que cerebro o corazón siguen extendiendo la desconfianza y grupos contra la vacunación crean el perfecto caldo de cultivo para nuevos brotes, como los de sarampión y tos ferina que se extienden en el país más rico del mundo. A lo mejor, como El Eternauta, estamos condenados al retorno. Decimos que algunas cosas cambian el mundo, que nada va a ser como antes. Pero preferimos cerrar los ojos y esperar solos a que todo siga igual.