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“Hay tres tipos de hombres: los vivos, los muertos y los que se hacen a la mar.” Es una frase atribuida a Aristóteles, aunque no aparece en ninguno de los escritos de ese filósofo griego que vivió hace más de 2.300 años. Sin embargo, no le falta razón. Por eso la escogí para comenzar mi conversación con los más de 300 oficiales, suboficiales, cadetes e invitados especiales que se habían reunido para escucharme en el auditorio de la Escuela Naval de Cadetes Almirante Padilla.
Descubrí la frase unos días antes en un libro que encontré por casualidad 2.600 metros más cerca de las estrellas, pero a 1.300 kilómetros del mar. Comandante es la historia de una hazaña heroica en la Segunda Guerra Mundial. En el otoño boreal de 1940, el submarino Cappellini, de la Armada Real de Italia, al mando del comandante Salvatore Todaro, patrullaba el Atlántico Norte y hundió al carguero belga Kabalo. Entonces Todaro hizo algo único: desobedeciendo del comando de las fuerzas navales del Tercer Reich y sus aliados, desafiando la resistencia de su propia tripulación, pero en consonancia con el derecho marítimo, ordenó el rescate de los 26 supervivientes de una muerte segura en altamar.
Sandro Veronesi y Edoardo De Angelis cuentan lo que sucedió a bordo del diminuto submarino a propósito de otros rescates en el mar. A mediados de 2018, cuando el gobierno italiano ordenó cerrar los puertos a las embarcaciones que rescataban a los migrantes que intentaban llegar a Europa cruzando el Mediterráneo, el almirante Giovanni Pettorino, comandante de la guardia costera de Italia, declaró que, aunque cumplía, como era su deber, las órdenes del gobierno, también creía que “salvar vidas en el mar es una obligación legal y moral”. Improvisando al final de la declaración oficial, recordó a Todaro repitiendo sus palabras: “somos marineros italianos con dos mil años de civilización a las espaldas y debemos hacer estas cosas”.
Quienes engalanaban de blanco el auditorio con la pulcritud de sus uniformes eran colombianos, pero tienen una responsabilidad similar. No tienen a cuestas los milenios de tradición naval italiana, pero con su labor forjan la historia de nuestro joven país. En 2025, la Escuela Naval cumple 90 años formando miles de jóvenes que se convierten en la representación de nuestra nación en el mar a través de la Armada Nacional.
El mar nunca ha sido amigo del hombre; a lo sumo, ha sido cómplice de la inquietud humana, como escribía con acierto Joseph Conrad. Por eso la Armada tiene responsabilidades aún en tiempos de paz. Además de guardar las costas, representa al país en sus fronteras más extensas y está a cargo de la tecnología que permite la exploración y preservación de los espacios marinos. Yo era el profesor invitado, para contar mi experiencia estudiando lo que se extiende más allá de la atmósfera y en las regiones antárticas ahora exploradas por nuestro país. Sin embargo, pronto fui alumno de los innumerables esfuerzos que se hacen para preservar la presencia marítima de nuestro país.
Al finalizar el día, mientras se ocultaba el sol bajo el horizonte, apenas unos minutos después de que la Escuela se detuviera para homenajear a la bandera, algunos que antes vestían de blanco me superaban en la pista atlética. Se detenían por un instante para estrecharme la mano y agradecerme por la charla antes de alejarse para no perder el paso. Soy yo quien les da las gracias. En un mundo dado a la frivolidad, estos hombres y mujeres trabajan en silencio y contra los elementos para preservar en los mares esa idea que llamamos Colombia.
